El ocaso de las revoluciones y Epílogo sobre el alma desilusionada

En estos ensayos, Ortega expone una definición de «revolución» como modificación del estado de espíritu del hombre, de su mecanismo psíquico. Frente a la idea que se tiene de revolución como enfrentamiento violento contra la injusticia de un orden establecido, Ortega sostiene que la revolución es contra los usos, no contra los abusos. «Lo menos esencial de las verdaderas revoluciones es la violencia. Aunque ello sea poco probable, cabe inclusive imaginar que una revolución se cumpla en seco, sin una gota de sangre» Es decir, revolución es un cambio en la forma mental, en las creencias, valores, sensibilidad de la gente, en definitiva, una transformación del modo de ver el mundo, del estado de conciencia, de la representación que nos hacemos de la realidad.

Posteriormente, observa tres estados de espíritu por los que ha pasado el hombre en las distintas étapas históricas. Se trata de un mecanismo del desarrollo histórico; el proceso de formación, consolidación y declinación de las civilizaciones. Dice Ortega: «Entonces se advierte que en cada una de esas grandes colectividades el hombre ha pasado por tres situaciones esprituales distintas, o, dicho de otra manera, que su vida psíquica ha gravitado sucesivamente hacia tres centros diversos. De un estado de espíritu tradicional pasa a un estado de espíritu racionalista, y de éste a un régimen de misticismo. Son, por decirlo así, tres formas diferentes del mecanismo psíquico, tres maneras distintas de funcionar el aparato mental del hombre».

Este esquema -necesariamente simplificado- de las modificaciones de la psique humana se corresponde con un ciclo histórico completo. Esto no significa, en ningún caso, que la historia sea una sucesión de repeticiones. La realidad humana no está determinada sino que es, esencialmente, intencional. Pero se está hablando de la historia, y ésta, trata sobre el progreso de la vida humana. Desde esta perspectiva vital, se entiende la idea de ciclo como distintos momentos, o etapas conectadas por las que se debe pasar en todo proceso, como en la propia vida pasamos por la infancia, la adolescencia, la madurez y la vejez.

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Nuestra civilización actual -que no hemos de olvidar, es la primera en abarcar todo el planeta- ha agotado la etapa racionalista. La época mística, o pre-religiosa que le sucede, se caracteriza por ser una etapa de decadencia, de crecimiento de la superstición y el irracionalismo. «Después de la derrota que sufre en su audaz intento idealista, el hombre queda completamente desmoralizado. Pierde toda fe espontánea, no cree en nada que sea una fuerza clara y disciplinada. Ni en la tradición ni en la razón, ni en la colectividad ni en el individuo […] incapaz el espíritu de mantenerse por sí mismo en pie, busca una tabla donde salvarse del naufragio y escruta en torno, con humilde mirada de can, alguien que le ampare. El alma supersticiosa es, en efecto, el can que busca un amo. Ya nadie recuerda siquiera los gestos nobles del orgullo, y el imperativo de libertad, que resonó durante centurias, no hallaria la menor comprensión. Al contrario, el hombre siente un increible afán de servidumbre. Quiere servir ante todo: a otro hombre, a un emperador, a un brujo, a un ídolo».

Pero esta etapa decadente y pre-religiosa es el caldo de cultivo para el nacimiento de un nuevo espíritu, un nuevo tipo de hombre. Estamos asistiendo al surgimiento de una nueva civilización planetaria y el comienzo de un nuevo ciclo histórico

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