La acción liberadora en momentos de crisis

Uno de los rasgos más notables y curiosos del ser humano es su actitud y respuesta frente a la posibilidad de cambio. Este, el cambio, le causa simultáneamente fascinación y horror, atracción y rechazo.

Cuando las cosas van bien pretendemos eternizarlas; si no es así, si no marchan de acuerdo a nuestras expectativas, lo lógico, aparentemente, sería querer transformarlas; lo paradójico es que si a alguien que sufre le preguntamos si quiere dejar de hacerlo, la respuesta afirmativa es inmediata, pero su decisión flaquea cuando cae en cuenta que debe hacer “algo” para salir de su estado, debe poner de sí un esfuerzo, aunque sea mínimo. Además, pareciera que cruza por su mente, aunque sea fugazmente, el temor a lo que venga como fruto del cambio no sea mejor que lo anterior.

Sin embargo, también es cierto que el solo término “rutina” causa malestar y la gente añora cambios liberadores.

En otras palabras, si todo va bien, quiero que dure para siempre. Si va bien, pero rutinariamente, quiero cambios y si va mal también quiero cambios, aunque lo incierto del resultado del cambio me produce un temor paralizante que se suma a la dificultad de hacer un relativo esfuerzo por producirlo.

Así, tenemos casi unanimidad en la pretensión de una felicidad creciente y en la superación del sufrimiento. También estamos todos de acuerdo (o casi todos) en que queremos un mundo mejor y en paz, pero frente a este acuerdo nos encontramos con la discusión de si debemos hacer algo o no hacer nada, si ese algo lo debemos hacer nosotros u otros más audaces y capacitados.

Como consecuencia de todo esto podemos llegar a la ridícula situación de que efectivamente unos pocos hacen y deciden por todos; por ejemplo, deciden poner el planeta en peligro de volar en pedazos, naturalmente incluyendo a ese 99 % que no está de acuerdo pero que tampoco hace nada por evitarlo, no hace nada por defender su vocación pacifista y constructiva.

¿Quién podría dudar de que la inmensa mayoría no quiera la guerra, la pobreza, la injusticia o el hambre?

Sin embargo, acá estamos, en un mundo al borde de una crisis generalizada, crisis que va mucho más allá de los misiles o del peligro de una guerra, una crisis que abarca todos los factores que inciden en el ser humano.

La violencia, reflejo del sufrimiento, se demuestra en todas las facetas y campos de acción; el ataque del sistema hacia el hombre, del hombre contra su hermano y también del hombre en contra de sí mismo, en un inaudito afán autodestructivo como fuga total ante un problema que siente lo sobrepasa.

Hay cambios sucesivos que se dan sin nuestra aparente participación, cambios en los valores, en la moral, en el concepto de Dios, en el progreso material. Tantos cambios y tan rápidos que pareciera que a la especie humana no le es posible responder a ellos, que no le es posible absorberlos y utilizarlos positivamente dejándole una sensación de inestabilidad e inseguridad.

De tal manera, que aquellos que enseñan con el quietismo, con el no cambio, ya que sus situaciones son buenas aparentemente, o no lo son, pero no se sienten con fuerzas para cambiarlas, se ven inevitablemente envueltos en un medio cambiante que los condiciona sin alternativa.

Así como la presencia o ausencia del sol condiciona la vida, para la vida en todas sus formas no le es indiferente el medio que la rodea. Por el contrario, le es indispensable. La vida surge al darse en el medio la posibilidad de su existencia.

Si nos ha correspondido una época como la actual, de cambios súbitos, no podemos negarla mediante artificios sicológicos. La influencia de los medios de difusión y enseñanza, la TV, los periódicos, los avances tecnológicos, las relaciones familiares o de trabajo, hacen imposible sustraerse al efecto del medio que nos rodea.

Vea cada cual como la situación social, económica, religiosa o política de su país o ciudad influye en su vida personal y más íntima, en sus costumbres y hábitos, en su forma de vestir, de hablar, de reír, de amar o de odiar.

El progreso y el avance se producen en base a crisis periódicas y esas crisis son proporcionales al posible cambioHaz click para twittear

Estamos hablando de crisis, y de las dificultades del hombre en su adaptación a un medio cambiante. Por lo dicho hasta ahora, a alguien le podría parecer que estamos de acuerdo en que esta situación es sin salida. Pero definitivamente no es así. Nosotros negamos categóricamente esa perspectiva apocalíptica de la situación y afirmamos enfáticamente la vida y el futuro. Creemos que la situación humana es la de estar frente a una de las grandes oportunidades de su historia, frente a la opción de producir un cambio de dimensiones desconocidas hasta ahora.

Los procesos evolutivos no se desarrollan en línea recta ni con tiempo o aceleraciones constantes, sino acumulativamente, produciendo superaciones en forma gradual, pero siempre llega un momento en que la acumulación de nuevos elementos produce un desequilibrio que provoca la ruptura del momento anterior, lo que abre la posibilidad de un salto de cualidad con respecto a momentos anteriores.

Estamos diciendo que el progreso y el avance se producen en base a crisis periódicas y esas crisis son proporcionales al posible cambio. A mayor crisis, más profundo, global e interesante puede ser el cambio, si dicha crisis no llega a sobrepasar nuestra capacidad de respuesta.

Considerado globalmente, el sistema en que nos ha tocado vivir tiene muchísimos elementos que es indispensable sean cambiados desde su raíz más profunda, ahí, en su metodología violenta e inhumana.

Este sistema es producto de la acumulación de la historia social, con todas las ventajas y desventajas que eso implica, y nosotros tenemos el derecho a pedir el cambio inmediato de todo aquello que no vaya a favor de la vida; y esa posibilidad existe gracias a la crisis.

Depende entonces de nosotros, la respuesta que demos ante esa situación de necesidad y el que la transformemos radicalmente, aprovechando la oportunidad y el derecho que nosotros ahora tenemos, pero que otros, las generaciones venideras, también juzgarán.

Es claro que una crisis nos abre las puertas de un posible cambio de dirección, ya que es entonces cuando surge la reflexión humilde en reemplazo de la lejana soberbia.

Es en situaciones de crisis en que nos acordamos más fácilmente de Dios o de nuestro Guía Interno y nos prometemos afanosamente correcciones de rumbo.

Para transformarse, un individuo debe estar en condición inestable susceptible al cambio.

Nuestro problema es la proporción entre la crisis y la habilidad de transformarla en útil para el ser humano, y es en ese sentido en que se dan nuestras propuestas de fondo.

Desde otro punto de vista, tenemos que admitir que en principio el desorden no nos gusta, pero hagamos memoria y veremos que también las mejores situaciones conllevan crisis que normalmente las acompañan. El dar a luz es una crisis que nos da la posibilidad de un hijo, un examen de grado es una crisis que nos da la posibilidad de un título universitario.

Pero en todos esos casos hemos necesitado un esfuerzo para aprovechar positivamente la situación.

Por tanto, reconociendo la gravedad del momento, quitemos esa connotación trágica a las crisis y veámoslas como las grandes oportunidades de crecimiento y transformación de un ser vivo, ya sea este un individuo o una sociedad.

Silo, 1989