«Verdad y perspectiva»

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El texto que nos ocupa es el primer artículo, del primer número, de los ocho que consta la colección El Espectador, publicados desde 1916 a 1934. Ortega concibe el proyecto de El Espectador, según sus palabras, como una obra íntima para lectores de intimidad, y expresa en él un conjunto de ideas, teorías y comentarios sobre muy diversos temas que van desde los más filosóficos a temas como el amor, el arte o la muerte. «Verdad y perspectiva» actúa como introducción de toda la colección, aclarando las intenciones del proyecto; a quién va destinado y donde trata de justificar su «retirada» a una posición de contemplador, de francotirador, quizás un poco desencantado de la acción pública por su reciente fracaso en su compromiso político.

 Por Ismael Cabrerizo Cebrián

Respecto al contenido, el texto plantea como tema principal el problema de la verdad y de cómo llegar a ella. Para responder a dicha cuestión, el autor esboza su método epistemológico denominado perspectivismo. Ortega, fiel al principio de sinceridad de la filosofía, hace suyo el axioma fenomenológico de volver a las cosas mismas y, antes de preguntarse qué es la realidad, se pregunta por la forma de ver la realidad, comenzando su teoría de la verdad por el estudio del punto de vista.

El autor nos introduce en el tema principal destacando el momento social convulso de su época. Advierte que el espíritu de su tiempo está teñido por el dominio de la política, lo útil y lo práctico, por encima de la teoría y la contemplación, estableciéndose una cultura de medios frente a una cultura de fines. Nos previene sobre los peligros de esta situación, reivindicando la importancia de atender a las cuestiones últimas frente a las inmediatas; los problemas no se resuelven cuando se quieren resolver, sino cuando se los comprende en su última raíz. Pese a la urgencia de los problemas políticos, es necesaria una actitud contemplativa que sobrepase la alteración que tiene a los pueblos enajenados en la resolución de la inmediatez. En la defensa de una cultura de postrimerías está implícita su noción de filosofía y de verdad. Para Ortega atender a los fines tiene una doble vertiente: por un lado, se refiere a las cuestiones de raíz; a las condiciones de posibilidad de toda realidad y, por otro, se refiere a los objetivos últimos a conseguir; a cuáles son los fines que deben guiar la acción. Las dos vertientes se complementan entre sí, por ejemplo: sin tener una idea veraz de lo que es el ser humano, no es posible establecer un proyecto de humanidad auténtico y coherente. Por eso, asimilar lo verdadero a lo útil, como postula el pragmatismo, no sólo es el origen de la traición a todo ideal o causa, sino también, a todo principio o verdad. No hay que olvidar que Ortega considera el futuro como el tiempo primordial de la conciencia, y que todo proyecto se justifica por su fin último, sin por ello caer en el maquiavelismo.

En la necesidad de encontrar almas afines y un público amigo del mirar, describe la comunidad de hombres que reclaman el derecho a la verdad. En el texto se apunta a la dimensión intersubjetiva de la verdad, necesaria para la superación del subjetivismo. Es en el diálogo entre los distintos puntos de vista donde se legitima socialmente la verdad. Aunque lo evidente se intuye en la experiencia individual, la verdad debe ser válida para todos. Por esto, la verdad no se puede encontrar en el mundo de los hechos políticos sino en el previo encuentro del hombre consigo mismo, que va más allá de la contingencia empírica. Cuando el hombre no se olvida de sí mismo comprende que su sí mismo coincide formalmente con el sí mismo de los otros. Por tanto, es posible la comunicación, el entendimiento y la convergencia de puntos de vista particulares. Es en el contraste de la razón propia con la razón de los otros donde se articula la comprensión de la realidad.

La verdad no se puede encontrar en el mundo de los hechos políticos sino en el previo encuentro del hombre consigo mismo, que va más allá de la contingencia empírica.Haz click para twittear

En la oposición entre teoría y vida, Ortega rompe con la tradición filosófica que diviniza al pensamiento.  El sentido del saber sobre el ser de las cosas no es la curiosidad intelectual, ni la utilidad científica, sino la necesidad del hombre de saber a qué atenerse con respecto a ellas. Al estar el hombre perdido entre las cosas necesita un plan de acción. Para estar seguro frente al futuro, tiene que construirse un sistema de ideas y creencias sobre los problemas y soluciones que representan las cosas de alrededor. Por tanto, los problemas se solucionan cuando el hombre está aclarado consigo mismo; cuando existe coherencia entre lo que piensa, siente y hace. Así, para Ortega la verdad es la coincidencia del hombre consigo mismo. Por eso, cada hombre tiene una misión de verdad y traicionar el punto de vista propio es traicionar dicha misión. Sin embargo, ante el peligro de la arbitrariedad subjetivista, Ortega apela a un sujeto trascendental al que llama vida como realidad radical. Esta vida trascendental no es el individuo alienado, enajenado por lo otro; es la radicalidad de la vida humana concreta que no se adapta a la traición a sí misma. En el pensamiento de Ortega siempre está presente una lucha dialéctica entre el sujeto original, libre y el sujeto empírico, determinado; entre el yo como vida radical y el yo condicionado por su circunstancia.

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Al igual que Ortega no da por supuesto el sentido último del saber tampoco da por supuesto la acción misma de filosofar. Antes de hacer filosofía, estudia donde está situado el que investiga. Siempre se está en una posición antes de iniciar la investigación. Nuestra finitud nos permite apresar parcialmente la realidad. Para él no hay punto de vista falso, sino incompleto. Por eso es necesario desplazarse, no sólo en el espacio sino también en el tiempo, para ir completando la visión de la realidad. Es decir, se adquieren nuevas perspectivas al moverse y al registrar en la memoria nuevas experiencias, nuevos sentidos. Para Ortega, la perspectiva va más allá de lo meramente espacial e incorpora el sentido cultural al percibir la realidad. La posición escéptica encierra a cada individuo en su punto de vista, negando la posibilidad de entendimiento y verdad entre los hombres. La posición dogmática es intransigente con los puntos de vista individuales y cree que se puede apresar la realidad de forma absoluta, negando la finitud del hombre. En una síntesis superadora, Ortega plantea abordar la realidad por asedio, en forma espiralada. Es necesario abordar el objeto de estudio desplazando el punto de vista en el espacio y el tiempo, acumulando históricamente los datos de la experiencia para ir ganando en comprensión. De esta forma, aunque la certidumbre se experimenta de forma personal, cada individuo comunica y contrasta su verdad en un proceso de convergencia enriquecedor para la comunidad.

Ortega trata de superar la dicotomía entre el espectador desinteresado y el hombre de acción. Plantea los dos paradigmas no como contrapuestos, sino como dos momentos distintos de un mismo proceso que ha caracterizado la historia humana desde su origen. Un momento de reflexión como toma de distancia frente a la resistencia que le presenta el mundo, la vida. Y un segundo momento donde, ya con un proyecto de acción meditado, el hombre se enfrenta a la transformación de su circunstancia. Así es como el hombre supera la dictadura de la naturaleza y las cosas, en un proceso de liberación en el que no hay pensamiento aislado de la acción, ni acción que no esté orientada por el pensamiento. De esta forma, se supera la ambigüedad filosófica entre teoría y práctica, siendo éstas dos caras de una misma moneda. Toda teoría es práctica y toda práctica es teórica. Así pues, para Ortega la función última de la filosofía no es ser un saber abstracto, desconectado de la vida, sino un saber sobre el sentido último de la vida y el mundo.

La función última de la filosofía no es ser un saber abstracto, desconectado de la vida, sino un saber sobre el sentido último de la vida y el mundo.Haz click para twittear

Finaliza el texto apelando al progreso como superación de lo viejo por lo nuevo. La acción sin pensamiento lleva a la alteración animal y el pensamiento coherente, que humaniza al hombre, no es un don innato sino una conquista basada en el esfuerzo. Manifiesta su confianza en los tiempos venideros, pero, al contrario que el optimismo mecanicista e irresponsable del progresismo, considera que el hombre está siempre en peligro de regresión a la animalidad. Por esto, Ortega apela a la responsabilidad de los sujetos que conforman su generación. Concretamente, afirma que lo nuevo se encuentra en lo profundo del corazón, en lo que en otras ocasiones llamó fondo insobornable, refiriéndose a esa verdad que paradójicamente albergamos cada uno de nosotros y, a la vez, nos conecta solidariamente con toda la humanidad.

Sobre el lugar que ocupa el texto en la obra de Ortega podemos decir que corresponde a una segunda etapa en su desarrollo filosófico. Deja atrás el objetivismo de los primeros años de juventud y comienza a sistematizar su apuesta por la razón vital. La vida humana concreta es la realidad radical y la razón debe estar a su servicio. En 1916, fecha de aparición del texto, Ortega ya ha asumido la nueva teoría del conocimiento que representa el método fenomenológico, frente a la representación teórica de la realidad del neokantismo. Describe tres grandes modelos filosóficos con sus respectivas posiciones sobre el conocimiento de la realidad. El de la Antigüedad donde predomina la impresión que deja el objeto en la conciencia; el de la Modernidad donde predomina la construcción que hace el sujeto de la realidad y, finalmente; la fenomenología, que para Ortega supera los dos paradigmas anteriores, priorizando la intuición eidética, dando el mismo valor al sujeto como al objeto.

La filosofía de Ortega representa no sólo la cumbre el pensamiento español del siglo XX, sino un lugar destacado en la historia de la filosofía. Con su raciovitalismo aporta una síntesis que integra y supera los paradigmas filosóficos anteriores, estableciendo los fundamentos de la comprensión de la estructura de la vida humana, realizando un aporte innegable a la Antropología filosófica. Su comprensión certera y profunda del ser humano le permitió describir con maestría la sociedad de su tiempo y lo que es más importante, le permitió predecir con bastante tino los acontecimientos futuros. Esta capacidad predictiva sólo está al alcance de aquellos hombres que han sido capaces de conectar con lo más profundo de ellos mismos y, por lo tanto, de conocer los anhelos más íntimos que motivan a la humanidad.

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