“¿Por qué el hombre se afana en conocer?”

La filosofía es, decíamos, por lo pronto algo que el hombre hace; por ejemplo, nosotros ahora. Luego precisábamos un poco; entre el innumerable hacer del hombre encontramos el hacer filosofía en aquel conjunto de actividades que comienzan siempre por un preguntarse uno a sí mismo: ¿Qué es tal cosa?, por ejemplo, ¿qué es la luz? A esta clase de preguntas que inquieren y postulan lo que una cosa es llamábamos “preguntas esenciales” o “del ser” y constituyen a su vez un peculiarísimo hacer del hombre.

Ortega y Gasset – Extracto de ¿Qué es conocimiento?

 

En su análisis estábamos. Nos llamaba la atención que al preguntarnos ¿qué es esta luz? no preguntamos por esta luz. Un ciego podría preguntarnos: ¿dónde está la luz de esta habitación? Este hombre no hacía una pregunta por el ser de la luz, sino por esta luz misma. Pero nosotros tenemos delante esta luz, patente, inmediata, sin cuestión, y no ha lugar a preguntarnos por ella. Lo que inquirimos es otra cosa que ella: su ser su esencia. Ahora bien, el ser, las esencias de las cosas, no están delante, inmediatamente, sino que por lo visto están siempre tras las cosas latentes, más allá de ellas, a ultranza de ellas.

Frente al mundo de las cosas o inmediato, constituyen un trasmundo, que se haya por su índole inexorable a una distancia absoluta de nosotros; es decir, que el ser de esta luz no está de nosotros más o menos lejos, como está más lejos de nosotros que esta luz la farola de la Puerta del Sol, sino que se halla en un lejos radical y absolutamente lejos. Por lo mismo ese trasmundo nos impone la tarea de buscarlo. Él no se presenta nunca por su propio pie y palmario, sino constitutivamente se halla al cabo de un esfuerzo nuestro por buscarlo.

Dijérase que el mundo es un jeroglífico, y el trasmundo del ser la frase que a la par significa y oculta aquel mundo. Pero el jeroglífico no lo sería por las solas figuras que de él vemos: es preciso que alguien nos diga: “estas figuras tienen, además de su patente forma, un latente sentido”. En el mundo hallamos sólo las figuras paladinas y nadie nos ha dicho que recelan un sentido arcano. Por eso nos ocurría esta cuestión: ¿cómo es que el hombre no se contenta con lo que encuentra ante sí, con el mundo inmediato, y se pregunta por el trasmundo del ser, del cual ningún navegante ultrahumano le ha hablado, del cual no tiene la menor noticia?

Mirar es recorrer con los ojos lo que está ahí; pero conocer es buscar lo que no está ahí: el ser, y es precisamente un no contentarse con ver que se puede ver, antes bien, un negar como insuficiente lo que se ve y postular lo invisible.Haz click para twittear

A este esfuerzo por llegar hasta el ser, que la pregunta inicia, suele llamarse conocimiento. Y así la cuestión anterior puede formularse también: ¿por qué el hombre se afana en conocer? Aristóteles, como un médico de Molière, nos contesta en el solemne frontis de sus libros metafísicos, diciendo: “el hombre se afana en conocer por su naturaleza misma”. En nuestra terminología podríamos traducir así la respuesta aristotélica: el hombre se pregunta por el ser gracias a que es constitutivamente un ente que se pregunta por el ser. Pero nosotros, aspirando a no ser médicos de Molière, inquirimos precisamente qué constitución es esa del hombre que le lleva a conocer.

Se advierte que Aristóteles no ve con claridad la cuestión previa que ahora nos planteamos. La prueba de ello es que a la frase anterior agrega esta: “señal de eses afán de conocer es su afición a percibir, sobre todo a mirar”. Aquí, Aristóteles se acuerda de Platón, quien situaba a los hombres de ciencia, a los filósofos, en la especie de los filotheamones, de los amigos de mirar, de los que van a espectáculos.

Mirar es recorrer con los ojos lo que está ahí; pero conocer es buscar lo que no está ahí: el ser, y es precisamente un no contentarse con ver que se puede ver, antes bien, un negar como insuficiente lo que se ve y postular lo invisible.

Aristóteles, con esta indicación y con otras muchas que abundan en sus libros, nos revela cuál es su idea del conocimiento. Según él, consistiría éste simplemente en el uso o ejercicio de una facultad que el hombre tiene, como mirar es usar de la visión. Tenemos sentidos, tenemos memoria que conserva los datos de aquéllos, tenemos experiencia en que esa memoria se selecciona y decanta. Todos esos mecanismos de la psique humana que el hombre, quiera o no, ejercita. Este ejercicio sería el conocimiento.

Yo creo que hay una radical confusión que lastra toda la historia de la filosofía, especialmente la teoría del conocimiento. Cuando se pregunta por qué el hombre se ocupa en conocer, se responde mostrando los mecanismos intelectuales que el hombre hace funcionar para conocer y se identifican aquéllos con éste. Ahora bien; es evidente que conocer una cosa no es verla, ni recordarla, ni ejercitar con motivo de ella las operaciones sensu stricto intelectuales, tal como abstraer, comparar, inferir. Todas estas son “facultades” o aparatos con que me encuentro dotado y de que hago uso para conocer; pero no son el conocer mismo.

 

¿Qué es conocimiento?

Serie de cinco artículos publicados en El Sol en 1931.

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