La prolongación de la vida

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Desde el comienzo mismo de la vida las mutaciones de las especies han sido mecánicamente naturales y con cambios adaptativos al medio ambiente. La vida, siempre en adaptación creciente, ha generado las transformaciones necesarias para pasar a un nuevo ciclo evolutivo. Luego, siglos de paciencia pastoril abonaron la domesticación y adaptación de las distintas especies.

 

Más adelante el avance de la ciencia y particularmente de la ingeniería genética ha permitido modificar especies vegetales para mejorar la productividad en la agricultura, hacer más eficiente la ganadería e intervenir en las células humanas para la producción de órganos. No ha sido el desarrollo natural sino la intención humana la que se ha abierto paso. Esto no ha quedado ahí y ya se ha comprobado la creación de vida sintética en laboratorio, o sea, sin la intervención de células orgánicas en el proceso. Hoy a través del método CRISPR se pueden intervenir los genes para “editar” y modificar muchas características de los animales e incluso de los seres humanos, también ya es posible producir modificaciones genéticas que se hereden a las próximas generaciones, esto ya ha sido probado en animales.

Actualmente está prohibida la alteración genética en seres humanos pero ya empieza a haber excepciones y algunas clínicas de fertilización asistida ofrecen la opción de elegir por ejemplo, el color de los ojos de los hijos.

Si avanzamos un poco más en este campo ya estamos ante la posibilidad de alterar los genes involucrados en el envejecimiento y todas las enfermedades que de esto se derivan. El impedimento es de tipo ético y legal, inclusive el avance de las investigaciones también se ve frenado por esos aspectos.

Siempre las sociedades se han resistido a los cambios pero es frente a estos temas (donde se está aparentemente cuestionando la esencia misma del ser humano), cuando las luces de alarma se encienden con su máxima brillantez.

No es suficiente entonces sólo enfocarnos en el cambio genético en sí. Acá juega un papel muy importante lo que opina la sociedad y es muy apropiado tener una muy buena comunicación e información al público en general sobre estos avances y sus pareceres.

Cuando surgió la imprenta, hubo quienes detentando el poder prohibieron los libros. Cuando surgieron las máquinas también fueron muy resistidas y los obreros, dejados de lado por el capital especulativo, las rompían. Luego todo se fue asimilando y todo fue contribuyendo a la mejora de las sociedades. Los libros alentaron la educación y los obreros consiguieron sus derechos laborales, sin embargo, muchos de los logros fueron capitalizándose por una franja estrecha de favorecidos por el progreso.

Hoy muchos se espantan, no sin razón, pensando que los avances increíbles de la ingeniería genética podrían caer en manos de una élite inhumana y cruel.

¿Quiénes tendrían la posibilidad de mejorar su estructura fisiológica? Solamente aquellos que puedan costearse los tratamientos. Y cómo podrían zanjarse las abismales diferencias que hoy coexisten en este mundo de ricos y pobres. Algunos autores afirman inclusive que se podría crear una nueva especie de “superhumanos” y ya las diferencias no serían sólo de acceso al mundo socieconómico, sino diferencias de composición biológica. Algunos vivirían más y no sufrirían enfermedades, mientras que la gran mayoría debería mendigar por una salud pública.

Hoy nos enfrentamos a una encrucijada respecto de la evolución del ser humano, existe la posibilidad de dar “un salto” en la mecánica evolutiva.

Así planteado el problema tenemos varias cuestiones, ¿Puede el ser humano modificar su propia constitución natural? ¿Quién decide sobre esto? ¿Si es aceptado socialmente quiénes pueden acceder a estos cambios?

Hoy nos enfrentamos a una encrucijada respecto de la evolución del ser humano, existe la posibilidad de dar 'un salto' en la mecánica evolutiva.Haz click para twittear

Desde el punto de vista del Nuevo Humanismo, Silo nos dice en su definición del ser humano: El hombre es el ser histórico, cuyo modo de acción social transforma a su propia naturaleza. Desde esta concepción del ser humano es lícita cualquier “innovación” en las posibilidades del cuerpo pero también en la definición existe una posible limitación. Dice su modo de acción social y en ese conjunto social se define una intersubjetividad del ser humano con su medio social y cultural en un momento histórico determinado.

Imaginemos el caso de una tiranía mundial donde el 1 % de la población decide sobre vida y obra del planeta o al contrario: una sociedad mundializada que pusiera en primario la salud de la gente; el modo de acción social sería muy distinto en cada caso y la relación constitutiva del ser humano en su entorno social tendría un signo muy diferente.

Así que un tema sería como hacemos para “pegar el salto” en la dinámica evolutiva y por otro lado cómo eso se distribuye en el todo social, en el mejor de los casos debería resolverse simultáneamente.

Este punto no es fácil y seguramente deberemos enfrentarnos con él en las próximas décadas.

Ahora consideremos otro punto. Supongamos que se ha podido resolver satisfactoriamente el proceso y la mayoría de la población puede acceder a la prolongación de la vida, digamos en 100 o 200 años más que el promedio actual. ¿Cuáles son las consecuencias individuales y sociales de un cambio de semejante magnitud?

Hoy las personas tienen un horizonte de vida de entre 70 y 80 años según la zona del planeta.

Si consideramos al dolor, físico y al sufrimiento mental como las resistencias al logro de la felicidad y si consideramos que las modificaciones genéticas evitan la mayoría de las enfermedades y postergan por muchas decenas de años la desaparición física. ¿Qué pasaría en la mente de la mayoría de las personas?

El hecho de poder evitar las enfermedades daría una nueva consideración al término “vejez”. Muchas personas asocian ese momento a estar encadenadas a la toma de pastillas y a dolores y molestias de todo tipo. Habría entonces otro momento del ser humano donde la experiencia que puede dar la edad se sumaría a un cuerpo saludable. Esto produciría una revolución en la perspectivas de futuro y consecuentemente en la vida de mucha gente.

Los entusiastas dirán: puedo llegar a ser millonario, doctorarme en varias carreras, embarcarme en causas de ayuda al prójimo, viajar varias veces alrededor del mundo o tantos otros sueños que existen como cabecitas en el mundo, otros en cambio no optarán por las mejoras genéticas y sus vidas no tendrán el entusiasmo suficiente para seguir viviéndolas. ¿Cómo podría organizarse una sociedad así?

Todo cambiaría.

Y el ser humano empezaría a dejar la vestidura del homo sapiens.

¿Será el homo spiritualis o el homo divinus?

Más allá de las etiquetas, el cambio será inédito y abre la puerta a un nuevo ciclo evolutivo en el ser humano.

También existe el peligro de las más terribles distopías que estos cambios harían viables pero esta posibilidad también alentaría a una respuesta global del ser humano, una respuesta conjunta desde lo más esencial de la humanidad.

Ahora miremos esto desde la óptica más interna del ser humano, desde el registro que cada uno tiene en relación a la desaparición física de uno mismo o de los seres más cercanos.

Es la sensación de futuro cerrado lo que cierra el camino de la felicidad y si bien la razonabilidad nos ayuda a aceptar el hecho de la muerte. Nuestro más profundo sentir nos pide seguir viviendo. Quizás ese sentimiento nos indica que el deterioro y desaparición del protoplasma que nos mantiene vivos. Este cuerpo, el actual, es una “limitación de un momento de proceso histórico” que puede ser superado.

Quiero decir que el rompimiento de la barrera de la muerte no parece algo tirado de los pelos o impulsado por la avaricia de alguna empresa farmacológica.

Aceptar ciertos límites es saludable, mantenerlos por siempre puede ser muy involutivo.

¿Por qué habríamos de aceptar la muerte y no deberíamos rebelarnos a ella?

Las posturas espirituales o religiosas en general nos abren el futuro si es sincera nuestra creencia en la trascendencia, pero si voy a pasar a la inmortalidad, ¿en qué perjudicaría postergar ese umbral unos 200 años por ejemplo?

Quiero decir que la prolongación de la vida en la tierra en el sillar físico en el que conocemos no tiene por qué entrar en colisión con las creencias respecto de la inmortalidad del alma.

Estamos frente a una situación inédita aunque desde cierto punto de vista no es algo tan diferente al que se enfrentaron los pobladores del pueblo que abrieron la montaña para hacer una carretera o los primeros médicos que soportaron la injuria por intentar superar el dolor en el ser humano.

De todos modos, hay algunas características que hacen a este hecho distinto porque estamos entrando a una era distinta, una era de conjuntos que realcen al ser humano individual.

Ya no es cuestión de heroísmos individuales. Para pasar a otra historia deben acometerse estas decisiones en conjunto y es posible que sea la necesidad la que nos brinde el campo fértil para producir esos cambios.

Quizás otra pandemia que ponga a la ciencia al servicio de todos los seres humanos sin distinción. Quizás un contacto con otras civilizaciones allende el cosmos que nos una para entablar un diálogo fecundo entre culturas planetarias. Quizás una revelación divina que ilumine a muchos y no sólo a algunos elegidos y produzca un impacto y una revolución en la conciencia humana.

Sin duda que estará en cada uno de nosotros la posibilidad de vislumbrar estos cambios y acompañarlos desde la propia humanidad pero también desde el registro de pertenencia a una Nación Humana Universal.

La pregunta será como dijo Silo en sus Cartas a mis amigos escritas en la década del 90 pero que hoy cobra más intensidad que nunca: Saber si quiero seguir viviendo y en qué condiciones….

Acercándonos a las respuestas sobre el sentido de la vida podemos alejarnos de esa frase anterior “… o algunos no tendrán el entusiasmo suficiente para seguir viviendo…” y nos permitirá profundizar en el significado y propósito de la propia vida y de la vida en general.

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