Para los griegos, kronos sería “el monótono tiempo secuencial, en el que todo está organizado”, es decir, la repetición inarticulada del tiempo en nuestro espacio vital, una suerte de energía imantada que nos impele a avanzar sin retorno y sin descanso.
Por Germán Gorraiz López – Analista
El tiempo así entendido sería pues una dictadura restrictiva y agobiante generadora del estrés físico y mental, especie de cadena finita a cuyos eslabones estamos indefectiblemente encadenados.
En contraste, kairos sería “el instante fugaz, el momento adecuado, en el que algo importante sucede”, lo que podría traducirse en ” la oportunidad favorable que cambia el destino del hombre”.
Kronos vs Kairós
En la filosofía griega la palabra Kairós designa la idea de “un periodo de tiempo indeterminado en el que algo importante sucede, un momento adecuado u oportuno para algún fin”.
Kairós estaba representado por un joven con alas en los pies y casi inalcanzable, pero que podía ser atrapado si se le agarraba por la larga cola de pelo que colgaba de su cabeza calva.
Ello significa que si estás vigilante, la oportunidad puede ser atrapada y la ocasión vital hacerse factible aunque la duración de dicho momento sería breve y una vez terminada la apertura de dicha ventana de oportunidad, volvería a cerrarse y dicho ilapso sería ya irrecuperable.
Así, para el escritor estadounidense Eric Charles White, kairós sería “el instante fugaz en el que aparece, metafóricamente hablando, una abertura (o sea, el lugar preciso) que hay que atravesar necesariamente para alcanzar o conseguir el objetivo propuesto”.
Para lograr atraparlo y liberarse de la esclavitud irredenta del kronos, se antoja fundamental desconectar del ritmo frenético impuesto por el dictador kronos y buscar un ilapso en el que la contemplación de la belleza, el baile, los paseos relajantes y los pensamientos positivos nos ayudarán a mantenernos abiertos a asumir los cambios que se avecinan, dispuestos a emprender nuevas vivencias y a vivir en plenitud el lapso temporal que yace suspendido en tus manos tras atrapar con la yema de tus dedos jirones del pelo de Kairós.
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