Necesitamos un feminismo anticapitalista, un feminismo para el 99%

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El feminismo que tenemos en mente reconoce que debe responder a una crisis de proporciones que hacen época: el desplome de los niveles de vida y el amenazante desastre ecológico; las guerras devastadoras y las expropiaciones intensificadas; las migraciones en masa recibidas con alambradas de púas; el racismo y la xenofobia envalentonados, y la abolición de derechos ganados con mucho esfuerzo, tanto sociales como políticos.

Extractos de Manifiesto de un feminismo para el 99% de Cinzia Arruzza, Tithi Bhattacharya y Nancy Fraser. Herder Editorial (2019) – Fuente Ctxt

 

Aspiramos a hacer frente a todos esos desafíos. Evitando medias tintas, el feminismo que visualizamos apunta a abordar las raíces capitalistas de la barbarie metastatizada. Rechazando sacrificar el bienestar de una mayoría para proteger la libertad de unas pocas, defiende las necesidades y los derechos de las muchas: de las mujeres pobres y de clase trabajadora, de las racializadas y migrantes, de las mujeres queer, las trans, las discapacitadas, las alentadas a verse como «clase media», aun cuando el capital no pare de explotarlas. Pero eso no es todo. Este feminismo no se limita a «cuestiones femeninas», tal como se definen tradicionalmente. Representando a todas las explotadas, dominadas y oprimidas, quiere convertirse en una fuente de esperanza para la humanidad entera. Por eso lo llamamos feminismo para el 99 %.

Inspirándose en la nueva ola de huelgas de mujeres, el feminismo para el 99 % emerge del crisol de la experiencia práctica y de la reflexión teórica. Puesto que el neoliberalismo remodela la opresión de género ante nuestros propios ojos, vemos que la única forma de que las mujeres y las personas de género no conforme hagan realidad los derechos que tienen sobre el papel, o que aún pudieran conseguir, consiste en perseguir la transformación del sistema social subyacente que vacía de contenido esos derechos. De por sí, el aborto legal significa poco para las mujeres pobres y de clase trabajadora que no tienen ni medios para pagarlo ni acceso a las clínicas que lo procuran. La justicia reproductiva exige, al contrario, atención médica libre, universal y gratuita, así como el fin de las prácticas racistas y eugenésicas en la profesión médica. Asimismo, para las mujeres pobres y de clase trabajadora, la igualdad salarial puede significar simplemente igualdad en la miseria, a menos que esa igualdad suponga empleos que paguen un salario vital generoso, con derechos laborales sustantivos y ejecutables, y una nueva organización del trabajo doméstico y del de asistencia. Y también las leyes que criminalizan la violencia de género son un engaño cruel si hacen la vista gorda ante el sexismo estructural y el racismo de los sistemas de la justicia penal, dejando sin embargo intactos la brutalidad policial y el encarcelamiento masivo, las amenazas de deportación, las intervenciones militares y el acoso y abuso en el lugar de trabajo. Por último, la emancipación legal no es más que una entelequia si no incluye servicios públicos, vivienda social y financiación para garantizar que las mujeres puedan salir de la violencia doméstica y laboral.

Por esos y otros motivos el feminismo para el 99 % busca una transformación social profunda y de amplio alcance. Esta es, en resumen, la razón de que no puede ser un movimiento separatista. Proponemos, por el contrario, unirnos a todos los movimientos que luchan por el 99 %, ya sea combatiendo por la justicia medioambiental o la educación gratuita de alta calidad, por unos servicios públicos generosos o una política de viviendas sociales, por los derechos laborales, la atención médica universal y gratuita, o por un mundo sin racismo ni guerras. Solo aliándonos con esos movimientos podemos ganar el poder y la perspectiva que necesitamos para desmantelar las relaciones sociales y las instituciones que nos oprimen.

El feminismo para el 99 % abraza la lucha de clases y pelea contra el racismo institucional. Se centra en las preocupaciones de las mujeres de clase trabajadora de todo tipo: racializadas, migrantes o blancas; cistrans o de género no conforme; amas de casa o trabajadoras sexuales; pagadas por hora, por semana, por mes o no pagadas; desempleadas o precarias; jóvenes o ancianas. Incondicionalmente internacionalista, se opone firmemente al imperialismo y a la guerra. El feminismo para el 99 % no solo es antineoliberal, sino también anticapitalista.

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El feminismo liberal está en bancarrota. Es hora de superarlo. Sin embargo, los medios de comunicación dominantes continúan equiparando el feminismo como tal con el feminismo liberal. Pero lejos de aportar la solución, el feminismo liberal es parte del problema. Concentrado en el Norte global entre el estrato profesional-gerencial, enfoca la mirada en el leaning-in y en la ruptura del “techo de cristal”. Orientado a propiciar que un pequeño grupo de mujeres privilegiadas ascienda en la escala empresarial y en los rangos del ejército, propone una visión de la igualdad centrada en el mercado, que encaja perfectamente con el dominante entusiasmo empresarial por la “diversidad”. Aunque condena la “discriminación” y aboga por la “libertad de elección”, el feminismo liberal se niega rotundamente a hacer frente a las restricciones socioeconómicas que hacen que la libertad y el empoderamiento sean inaccesibles para la gran mayoría de las mujeres. Su objetivo real no es la igualdad, sino la meritocracia. Más que intentar abolir la jerarquía social, busca “diversificarla”, “empoderando” a mujeres “talentosas” para que lleguen hasta la cima. Al tratar a las mujeres simplemente como un “grupo subrepresentado”, sus promotoras buscan asegurarse de que unas pocas almas privilegiadas puedan alcanzar posiciones y sueldos en nivel de igualdad con los hombres de su propia clase. Por definición, las principales beneficiarias son aquellas que ya poseen considerables ventajas sociales, culturales y económicas. Todas las demás quedan varadas en el sótano.

Totalmente compatible con una desigualdad galopante, el feminismo liberal subcontrata la opresión. Consigue que las mujeres con cargos directivos puedan alcanzar sus metas (lean in) precisamente porque ese liberalismo les permite apoyarse (lean on) en mujeres migrantes mal pagadas a las que subcontratan para la prestación de los cuidados y el trabajo doméstico. Falto de sensibilidad ante la clase y la raza, une nuestra causa al elitismo y al individualismo. Al estimar el feminismo como un movimiento “independiente”, nos asocia con políticas que van contra la mayoría, y nos aísla de las luchas que se oponen a esas políticas. En resumen, el feminismo liberal le da al feminismo mala reputación.

El ethos del feminismo liberal converge no solo con las costumbres empresariales, sino también con las corrientes supuestamente “transgresoras” de la cultura neoliberal. Su romance con el progreso individual impregna igualmente el mundo de las celebridades de los medios sociales, que también confunde el feminismo con el ascenso de la mujer individual. En ese mundo, el “feminismo” corre el riesgo de convertirse en trending hashtag y en vehículo de autopromoción, puesto en marcha no para liberar a la mayoría, sino para elevar a unas pocas.

En general, pues, el feminismo liberal proporciona la coartada perfecta al neoliberalismo. Al encubrir políticas regresivas bajo un aura de emancipación, hace posible que las fuerzas que apoyan al capital global se presenten como “progresistas”. Aliado de las finanzas globales en los Estados Unidos, a la vez que proporciona cobertura a la islamofobia en Europa, este es el feminismo de las mujeres con poder: las gurús empresarias que predican el lean in, las femócratas que presionan por el ajuste estructural y el microcrédito en el Sur global, y las políticas profesionales en traje chaqueta que cobran honorarios de seis cifras por dar conferencias en Wall Street.

Nuestra respuesta al feminismo del lean in es el feminismo de la reacción activa (feminismo del kick-back). No tenemos ningún interés en romper techos de cristal y dejar que la gran mayoría limpie los vidrios rotos. Lejos de celebrar directoras generales que ocupen las oficinas con mejores vistas, queremos deshacernos de ellas y de esas oficinas prestigiosas.

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