En esta serie de artículos se aborda una teoría interpretativa del ser humano y del sentido de su acción en el mundo. A partir de la investigación sobre el mecanismo del devenir histórico intentaremos identificar una serie de patrones cíclicos a partir de los cuales se definan las características propias de cada momento histórico. El objetivo de este estudio es ubicar en qué estamos en la actualidad y conjeturar hacia dónde podemos dirigirnos. Revisaremos, entonces, los períodos de tránsito denominados renacimientos como situaciones de crisis entre lo decadente y lo novedoso y emprenderemos una narrativa que comenzará en el mundo griego y hará paradas en el Renacimiento y en el Romanticismo hasta llegar a nuestro hoy.
A lo largo del discurso se indagará el origen y la evolución de un tipo de mirada estática que va modificando la dimensión estética del ser humano en la medida en que se encierra en sus diferentes categorías colapsando en desconexión entre lo cognitivo, lo axiológico y lo expresivo. Esta problemática se traduce en términos de incoherencia, contradicción y falta de sentido de la acción. A todo esto contrapondremos un esbozo acerca de la idea de una mirada estética, de una poética vital, como disposición a un modo de relación, a un modo de ser y de estar en el mundo, capaz de auto-concebirse dinámicamente y en proceso. Este modo de mirar se puede entender como tener criterio propio, condición indispensable para que nuestra acción tenga sentido y pueda ligarse a un propósito vital acorde con el momento que vivimos.
En El tema de nuestro tiempo dice Ortega que "cada generación consiste en una peculiar sensibilidad, en un repertorio orgánico de íntimas propensiones" y distingue la que es consecuente con su "propia vocación, su misión histórica" de la que "se arrastra por la existencia en perpetuo desacuerdo consigo misma, vitalmente fracasada". Quizá, en nuestros tiempos esté germinando el reconocimiento del propio fracaso vital. El fracaso generacional puede ser un sentimiento que rasgue "la Maya, el velo del engaño que envuelve los ojos de los mortales y les hace ver un mundo del que no se puede decir que sea ni que no sea" para descubrir una realidad que no será representación, como quisiera Schopenhauer, pero que sí podremos reconocer como tamizada por el cedazo de nuestro propio modo de sentirnos en el mundo como explica Silo. Y sobre eso sí podemos operar desde una dimensión estética.
¿Y cómo se nos presenta la realidad contemporánea? Podemos afirmar, en términos generales, que se percibe una situación de crisis en todos los aspectos de la vida humana tanto en lo personal como en lo social. También podemos reconocer en este paisaje un manto de incertidumbre que pocos se atreverían a discutir. Ortega explica que cada época tiene su "altura". Por ejemplo, la Edad Media tenía una altura determinada por su sistema de producción y su organización social, así como por el conjunto de creencias, de valores, o de su visión del mundo… que era, relativamente acorde con lo que sería sus posibilidades vitales, es decir, las opciones de vida que las personas podían tomar, o aquéllo que la sociedad podía hacer efectivo y lo que no. Una peste, un aojamiento o una mala cosecha afectaba a nobles y a siervos de una manera relativamente similar.
Cuando Ortega observa que no estamos a la altura de los tiempos viene a decir que se ha producido un desajuste entre lo que la gente necesita para vivir y las posibilidades que tiene para obtenerlo. Así, en la actualidad, la capacidad organizativa, productiva y técnica de nuestra sociedad está en condiciones de solventar, en corto tiempo, las necesidades de todos los habitantes del planeta en lo que hace a alimentación, a vivienda, a salud, a educación, al acceso a la cultura y a la calidad de vida y, sin embargo, un desfasado, cutre y nefasto ideologema capitalista niega esa posibilidad porque no le interesa al 0,1% de la población mundial. Tamaña injusticia no se había visto nunca en la historia. El arquetipo de ser humano que produce tal desfase es el hombre-masa, que Ortega encarnaba en el "especialista" al que hoy podríamos llamar tertuliano o cuñao.
Afirmamos, entonces, que el desajuste entre el mundo que tenemos y el que podríamos tener es análogo y simultáneo al desfase interno o personal, que nos imposibilita ser quienes podríamos ser. Así, desde una perspectiva existencial, nuestra propia vida está muy fragmentada, muy desorganizada interiormente, y esa excesiva desestructuración interna dificulta organizar la experiencia sensible relacionando los distintos elementos de nuestra interioridad para generar un conocimiento que pueda traducirse en una acción coherente.
En esta pleamar del nihilismo, anunciada por Nietzsche, vagamos sin mucho concierto con la mirada distraída de la que nos hablaba Benjamin, apegada a la miríada de estímulos que nos ofrece la sociedad del espectáculo que describió Debord y que nos mantiene alienados con sus múltiples fetiches disuasorios. En este punto, la cuestión es ¿cómo modificar esa actitud mecanicista?, ¿cómo producir un cambio de mirada que nos ayude a elevar el espíritu? Claramonte nos habla de la eulabeia como el término en que los griegos pensaban la "religiosidad" en un sentido que hoy definiríamos como "espiritual" en tanto especial modo de sentir y percibir la realidad. Este proceder cuidadoso es definido por Kerenyi como "un refinado talento para escuchar y el ejercicio continuado de ese talento". Es una disposición atencional en la que se atiende al objeto sin olvidarnos de nosotros mismos haciendo efectivo un estado de conciencia lúcido que es la condición misma del modo de relación que puede contraponerse a la tendencia mecánica, distraída, desatenta.
La posibilidad del modo de estar que estamos proponiendo sobre la base de una mirada atenta que, en algún sentido "sacraliza" su objeto sin perderse en él, se corresponde con una poética cotidiana que no será una superficial estética de lo cotidiano (que no está mal en sí misma pero queda empobrecida si no hay "algo más") sino que se conectará necesariamente con una estética de la ética. Esta poética cotidiana tendrá como óptimo modal, como máximo grado de cumplimiento, el imperativo categórico kantiano expresado en muchas culturas desde hace milenios bajo la forma de la "Regla de Oro", que nos invita a tratar a los demás del modo en que queremos ser tratados y nos confirmará, así, su dimensión axiológica universal.
El actual contexto de desacoplamiento y crisis social pone en valor un tipo de creatividad que ordene nuestros recursos repertoriales, organice nuestras aptitudes disposicionales y humanice nuestro paisaje efectivo, no de una forma secuencial (primero ordeno, segundo organizo…) sino como un todo articulado, como una sensibilidad que nos constituye, como un nuevo modo de relación.
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