En artículos anteriores hemos tratado de elaborar el recorrido histórico del pensamiento occidental desde el punto de vista de su dinámica interna. Establecimos un punto de partida en la Edad arcaica griega donde se formalizó lo que denominamos el “prejuicio del pensamiento estático”. Esta forma mental dio lugar a un tipo de mirada dualista que, según se iba haciendo más compleja, aumentaba la tensión polarizada entre lo personal (lo subjetivo o el mundo interno) y lo social (lo objetivo o el mundo externo).
Así, hoy vuela hacia las estrellas el héroe de esta edad. Vuela a través de regiones antes ignoradas.
Vuela hacia afuera de su mundo y, sin saberlo, va impulsado hacia el interno y luminoso centro.
Silo.
La razón de fondo de este paulatino desacoplamiento entre lo interno y lo externo, dijimos, era la dificultad para aprehender procesos de cambio característica esa mirada estática constreñida por una “forma” que la obliga a buscar estructuras fijas (esencias) en la configuración de lo real. Dicho de otro modo, nuestra mirada o nuestra interpretación del mundo resulta ser una mirada externa o de superficie. Esto significa que cuando nos miramos a nosotros mismos, por ejemplo, nos vemos como cosas que miran otras cosas. Este efecto “cosificador” permite justificar la deriva de una sociedad mercantilista y violenta, cada vez más deshumanizada, en la que los seres humanos restan desposeídos de dignidad alguna.
En ese sentido, vimos la importancia de contrarrestar al pensamiento estático con un pensamiento relacional que estableciera conectivas en una dimensión de transversalidad que pudiera sintetizarse en la noción humanista de transformación social en función y en simultaneidad al cambio personal (Silo, 2011). Esta idea, aparentemente sencilla, choca de pleno con el prejuicio del pensamiento estático que la convierte en una imposibilidad. Por esta razón, se hace imperante el surgimiento de un nueva imagen del ser humano y de una sensibilidad que ponga en marcha un sistema de valores que humanicen el mundo. Esto dependerá del contexto histórico (que hemos visto que casi siempre pone las condiciones) y de la propia intencionalidad del ser humano que se abre camino en la historia.
En todo caso, ahora mismo, estamos en discusión con el capitalismo cultural, para nosotros, el máximo exponente ideológico del pensamiento estático. La mirada capitalista es la de más corto alcance pues se encuentra encerrada en su burdo beneficio económico. Su propósito es la rentabilización de absolutamente todo, y no reparará en ejecutar las metodologías maquiavélicas más oportunas sin importarle nada ni nadie. He aquí el gran reto: contrarrestar la sutil tergiversación capitalista capaz de absorber toda propuesta contestataria para manipularla en función de su rédito.
El concepto de autonomía modal (o relacional)
Claramonte, propone un acercamiento modal al concepto de “autonomía” a partir de los complejos relacionales que son los modos de relación. La autonomía modal es situada, generativa y policontextual. Esto quiere decir que la experiencia autónoma resulta de una confluencia de nuestra cognición, nuestra emoción y nuestra expresión que establece relaciones productivas, generadoras de nuevos repertorios, de nuevas experiencias que se realizan en un mundo de multiplicidad de contextos, de sentidos y de relaciones que se interfieren, “se combaten y se refuerzan mutuamente”.
Se trata de revertir la descrita escisión entre lo cognitivo y lo axiológico (sin regresar al paradigma griego) mediante la cooperación de las categorías que nos esclarecen sobre lo verdaderamente necesario y la dirección de los valores que son, en palabras de Stefan Morawski, “decantaciones de nuestra experiencia” que nos ayudan a orientarnos y organizarnos. En otras palabras, mientras la “cabeza” establece un orden de necesidades, el “corazón” las ratifica e indica el camino abriendo posibilidades que la “cabeza” evalúa en lo que podríamos llamar un tipo de acción reflexiva que auto-forma su propia dinámica. Esa generatividad situada, que nace de la acción coherente (que cohesiona categorías y valores), es condición sine qua non de la autonomía modal porque asegura la conexión entre los modos, es decir las maneras de pensar, de sentir y de percibir las cosas; y las relaciones, o sea los nexos con otros modos, el contexto en el que los articulamos o las consecuencias de nuestras acciones, entre otros muchos aspectos.
… la generatividad característica de la autonomía modal no puede ser sino parte de la naturaleza y la inteligencia sensible constitutiva de los sujetos. No se trata de una generatividad misteriosa, de un patrimonio exclusivo del alma genial, sino de una característica de la constitución material y formal de los sujetos, de su agencialidad más bien, es decir de los modos de relación en que estos existen y se determinan. Esta materialidad y esta forma puede ser contemplada en su perfección sólo si se considera dinámicamente, es decir como parte de un proceso abierto de cumplimiento, de logro de sí misma en tanto experiencia, como hemos visto sostener a Dewey. (Claramonte, 2010)
Aquí es donde la mirada relacional equilibra la relación del hombre con la realidad posibilitando la apertura hacia nuevos puntos de vista que la modifican y amplían. Esto es: la mirada sirve a un modo de autorrealización del sujeto frente al mundo. Y esto se realiza como una disposición, una actitud frente a la vida. Una actitud que no puede ser pasiva ni unidireccional, como hemos visto, sino que tiene un camino de ida y vuelta, humano-mundo-humano, o mejor dicho, es un camino de ida y vuelta.
El psiquismo como modo de relación
El pensamiento modal enfoca el problema de la singularidad humana desde una nueva perspectiva. Los científicos chilenos Maturana y Valera formulan, a partir de sus investigaciones en el campo de la biología y el desarrollo adaptativo de los seres vivos, el concepto de “autopoiesis”. Se trata de un principio de “auto-producción” que funciona como sistema de interacción entre los seres vivos y su medio. Esta idea se presenta como paradigma que va más allá de los supuestos mecanicistas y los principios teleológicos al proponer un modelo relacional en el que el ser vivo se modifica internamente en función del medio en que vive. No de cualquier manera sino de forma específica a cada sistema. Por supuesto, no todos logran adaptarse, más bien todo lo contrario. Claramonte los cita:
la vida no tiene sentido fuera de sí misma… el sentido de la vida de una mosca es vivir como una mosca, mosquear, ser mosca y el sentido de la vida de un ser humano es el vivir humano al ser humano en el humanizar. Y todo esto en el entendido de que el ser vivo es sólo el resultado de una dinámica no propositiva… en la que el sentido de mi vida es mi tarea y mi sola responsabilidad
Al concepto de autopoiesis, como principio activo de lo vivo, contrapone Claramonte el de “simpoiesis” desarrollado por la investigadora canadiense Beth Dempster. Los sistemas simpoiéticos son el “resultado dinámico de la cooperación y la simbiosis, sistemas complejos y autoorganizados pero carentes de límites tan claramente definidos como los de cualquier ente autopoiético” Por supuesto, Dempster reconoce que no existen dinámicas autopoiéticas por un lado y dinámicas simpoiéticas por el otro sino que más bien se trata de dos lógicas distintas que forman parte, en distintas proporciones y medidas, del proceso de cualquier sistema.
Claramonte deriva de los sistemas autopoiéticos los modos repertoriales y los modos disposicionales que se hibridan con los sistemas simpoiéticos en los modos de lo efectivo y lo inefectivo. De esta forma, la articulación de un repertorio con unas disposiciones (autopoiesis) situadas conflictivamente en un paisaje (simpoiesis) dan lugar a un modo de relación (un curso de acción) cuya dinámica hemos seguido a lo largo de esta serie de artículos.
El paradigma relacional aplicado a la mirada respecto al ser humano reformula el difícil problema de la relación entre la mente y el cuerpo, y la cuestión de la consciencia, en el entendido de que no se trata de elementos que se oponen o se derivan de alguna especial esencia que nos separa de otras especies. Por el contrario, si pensamos lo humano como modo de relación hemos de concluir que tanto el cuerpo, como la psique y la consciencia forman parte de un sistema inserto en un medio homogéneo estratificado del que han ido emergiendo en una dinámica evolutiva gracias a los principios autopoiéticos y simpoiéticos mencionados.
Este punto de vista refuta la herencia dualista arrastrada desde el sustrato cognitivo griego: No deberíamos hablar de psique, mente o alma como concepto estático separado del cuerpo… pero también el reduccionismo fisicalista del positivismo científico todavía más determinista y cerrado. La psique humana interpretada dinámicamente deviene en psiquismo definible en términos de sistema de relación entre el ser vivo y el medio. De este modo, el psiquismo surge como función autopoiética de la vida en el mismo umbral del estrato orgánico.
Cualquier forma de vida se caracteriza por estar irremediablemente en relación con el medio en que vive. Podríamos decir que todo ser vivo se encuentra en una cierta tensión con su entorno que trata de compensar adaptándose crecientemente, es decir, intentando equilibrar la balanza a su favor mediante recursos repertoriales, disposicionales y ambientales disponibles. En la medida que lo logra, asienta características y funciones vitales que lo hacen más complejo-efectivo, en la medida que no lo logra, se extingue y, en la medida que se estanca, permanece inmutable por millones de años.
La puerta de entrada/salida entre el ser vivo y su medio son los sentidos, empezando por el tacto. En un primer momento, seguramente, sólo cumplió la función de detectar tenues condiciones de luz, temperatura, oxígeno… más o menos favorables y luego se fue haciendo más complejo especializándose en percibir imágenes, escuchar sonidos, captar olores, diferenciar sabores… Este proceso evolutivo se puede corroborar en la embriología. En la fecundación, primero se produce el cigoto y luego la mórula al quinto día. De la mórula surge el blastocito que ya no está formado por células totipotenciales sino por células pluripotenciales que se orientan a la producción de los órganos y se divide en tres tipos: el ectodermo, el mesodermo y el endodermo. Pues bien, del ectodermo se producen el cerebro la piel y los sentidos. Javier San Martin no puede describirlo mejor:
Esto significa que la piel es algo así como una extensión del cerebro, y es ella la que ofrece la presencia del mundo, por la piel estamos en un mundo. Los sentidos, vista, oído, olfato y gusto, no son sino piel convertida en sensible, en ciertos umbrales, a estímulos distintos de los táctiles, la vibración del aire (oído), la vibración electromagnética (luz) y ciertas sustancias químicas de cuerpos volátiles o solubles, pero que siempre actúan de complementos de la presencia masiva del mundo a través de la piel. La importancia, podríamos decirlo así, cerebral de la piel es lo que también da especial valor a la piel para el contacto con los otros. (San Martin, 2015)
La articulación de los sentidos y demás funciones vitales va dando lugar a la emergencia del estrato psíquico que se va especializando y diferenciando, particularmente, en los mamíferos que deben mostrar especial apego o querencia a las crías que amamantan, cuidan y protegen. Del mismo modo, podríamos decir que el estrato social-objetivado subyace en el estrato psíquico en el sentido de que ya encontramos rudimentos “culturales” (entre comillas, para no ofender) en muchas especies, particularmente, en los primates que tienen ciertos sistemas de organización social más o menos complejos y capacidades cognitivas de aprendizaje y uso de instrumentos.
Pero es en los homínidos donde el psiquismo, por usar palabras de Ortega, se “ensimisma”, es decir, se vuelve sobre sí, se extraña del mundo… La emergencia de la consciencia en el psiquismo tendrá consecuencias enormes para estas jóvenes especies que dispararán sus procesos evolutivos distinguiéndose en gran medida del resto de animales. Los homo sapiens nos quedamos solos hace apenas 50.000 años a partir de los cuales emprendimos un desarrollo del estrato social-objetivado (lo cultural) cada vez más acelerado hasta el día de hoy.
Hay que entender que la consciencia es una simple función del psiquismo que permite discernir un sí mismo, una mirada interiorizada que se puede dirigir hacia el mundo externo de las cosas y/o hacia el mundo interno del pensamiento, el recuerdo o la imaginación. Se entiende que la consciencia no es una facultad exclusiva del humano sino que, como mecanismo del psiquismo, pertenece a todo ser vivo. La diferencia es que en nuestra especie presenta una mayor complejidad (merced a la ampliación del horizonte temporo-espacial, particularmente, desde el momento que empieza a reconocer su propia finitud vital). Esta función de reversibilidad del psiquismo da lugar a otro mecanismo imprescindible para la cohesión de la psique humana que es la ilusión del “yo” (Silo, 2006).
El problema de la distinción entre consciencia, ego y sensaciones corpóreas se plantea arduo desde un pensamiento estático y siempre da lugar a consideraciones cosificadas de lo humano. Por ejemplo, en el campo de la psicología aparecerán nociones, de gran influencia en la sociedad, como el concepto de “inconsciente” de Freud. Freud fue alumno de Brentano, al que podríamos considerar “padre” de la concepción “activa” de la conciencia a partir de la ampliación de la idea de “intencionalidad” rescatada de la Escolástica medieval. Su otro gran alumno, Edmund Husserl, continuó el camino de su maestro aplicado en una psicología fenomenológica. En Capitalismo y esquizofrenia, Deleuze y Guattari se esfuerzan en “deconstruir” el determinismo de la concepción de la psique freudiana pero no acaban de emanciparse de una consideración pasiva de la conciencia, propia del pensamiento estructural y post-estructural actual, que continúa reificando lo humano en la medida que lo diluye en el contexto de lo social. Una mirada relacional se antoja interesante para la configuración de una nueva imagen del ser humano que sobrepase tal prejuicio determinista.
Evidentemente, todo esto admite y necesita mucho más desarrollo pero se advierte que una interpretación del psiquismo que parte del conocimiento del mundo a través de los sentidos cobra una relevancia inusitada porque, al final, el filósofo, el científico o el panadero perciben e interpretan el mundo desde una determinada sensibilidad que está inserta en un trasfondo cultural e histórico. Aprehender el propio modo de sentir, saber describir lo que percibo y siento en su precisa espacialidad corpórea y establecer las relaciones del caso es análogo a interpretar (o experienciar) lo poético: requiere un trabajo atencional, aprender a afinar los sentidos, sumergirse en el objeto (en la interioridad de cada uno) y volver al mundo enriquecidos por la experiencia estética (si se ha logrado).
Conclusión
Normalmente se suele proyectar el futuro desde la limitada perspectiva de la propia vida y eso, no invita, precisamente, al optimismo. Una mirada relacional tiende a observar procesos de más largo alcance que no sólo abren una puerta a la esperanza sino que, además, encuadran los propósitos vitales en una dirección más cohesionada con la vida. Desde ese punto de vista afirmamos que, efectivamente, la época actual se puede describir en términos de transición o de nuevo Renacimiento con sus correspondientes emergencias como hemos visto en tramos análogos de la historia.
Algunas características que definen tal tipología son:
a) Las actitudes de decadencia: Como en todo momento de crisis cunden por doquier las actitudes individualistas y salvacionistas. No hay propósito común más allá de la propia situación personal y, como mucho, la de los allegados. Filosofías como el epicureismo o el estoicismo se ponen de moda. La hipocresía, el cinismo y el escepticismo están perfectamente incorporadas al quehacer diario y forman parte del entramado educativo, de los medios de comunicación y de la narrativa ideológica. El optimismo ingenuo de los que todavía creen en el sistema va de la mano del pesimismo de los que perciben que nada tiene futuro.
b) El eclecticismo: Como no hay una estructura repertorial potente se tiende a fusionar elementos clásicos en la producción musical, artística, cultural… con el propósito de generar una originalidad que no siempre se encuentra. El individualismo se aviene muy bien con el capitalismo cultural dispuesto a vendernos sus productos personalizados para que cada uno sea “original y único”.
c) La fragmentación: El eclecticismo es consecuencia de una situación fuertemente disposicional en un contexto extremadamente contingente. El problema es la magnitud de la desestructuración a todos los niveles que hace muy complicado crear algo que tenga suficiente consistencia, profundidad y anchura como para calar en el medio más allá de la eventuales modas promovidas por el mercado. Todo esto tiene la consecuencia de aumentar la incoherencia personal y la contradicción social.
d) La irracionalidad: Todo lo anterior genera un campo de irracionalidad que abre las puertas a todo tipo de fanatismo y prácticas bizarras en cualesquiera aspectos de la vida humana: fundamentalismos religiosos, extremismos políticos, guerras atroces, incremento de las diferentes formas de violencia, etc. Sin embargo, como contrapartida, hay un plano de lo “irracional” que se imbrica en una mirada poética que trasciende los descarnados “valores y creencias” que imperan en el mundo. Se trata de una “razón poética” descrita por María Zambrano como un lenguaje capaz de acceder a una multiplicidad de sustratos de la realidad ajenos a la racionalidad instrumental del cálculo matemático (Zambrano, 2019).
e) La espiritualidad: El tono epocal es introspectivo y tendente hacia la búsqueda espiritual aunque abunden las propuestas crepusculares de charlatanes, astrólogos, coachs, terapeutas y gurús que buscan sacar provecho… Hay una latente espiritualidad no religiosa que los que vivimos el 15M pudimos experimentar por unos días. Esta nueva espiritualidad conecta con la potencialidad del ser humano, con los valores del programa humanista, y se traduce en un estilo de vida que repudia la violencia, que ama la diversidad, que se conecta con la naturaleza, que aspira a mejorar como ser humano y a vivir en un mundo mejor.
f) Pensamiento global y acción local: Esta novedosa idea, inconcebible en cualquier otro período, es fruto del proceso de anidación de culturas que hemos estudiado que tuvo la nefasta consecuencia de acabar imponiendo una cultura única. Lo positivo es que hemos comprendido que el mundo es uno, finito, pequeño y totalmente interrelacionado de manera que lo que pasa en un punto del planeta afecta a miles de kilómetros de distancia. Esta idea de simultaneidad, de co-influencia, supone que cada vez más gente entienda que lo importante es hacer cosas en el medio local, auto-organizándose y reconectando el tejido social para transformar el mundo.
g) Aceleración creciente de acontecimientos: Otra tendencia que está llegando a un límite insostenible es la aceleración del tempo histórico. Algunos pensadores de la singularidad se apoyan en que la velocidad de los acontecimientos está tomando un cariz exponencial que nos lleva directos a un punto de inflexión en que la humanidad dará un salto evolutivo o desaparecerá (Nazaretian, 2021). Lo perceptible, a un nivel más cotidiano, es que muchos se están hartando de ese frenesí vital porque les genera angustia y se empieza a valorar la lentitud para disfrutar de las cosas con más pausa y atención.
h) La revolución tecnológica: Es el gran fenómeno cultural de la época. Los avances tecnológicos (la nueva tekné) se han desacoplado de la ciencia que los alimentó durante las últimas centurias y amenazan con cobrar autonomía respecto al ser humano que los creó. Si, por un lado, se trata de un instrumento fetichista vaciador de subjetividades afín al control de las masas, por el otro, es una potencial herramienta de transformación social si se pone al servicio del progreso social.
Sobre la base de estas apreciaciones concluimos que hemos entrado en un proceso de transición en el que se manifiesta la emergencia de una nueva sensibilidad, particularmente, a partir de mediados del siglo XX (Se podría considerar el fenómeno “mayo del 68” como el punto de inflexión entre el comienzo del fin de la decadencia y el principio de un proceso de transición a una nueva etapa). Desde nuestro punto de vista, esta sensibilidad es una traducción que nace de la necesidad de superar la enorme fragmentación que vivimos, sobre todo a nivel personal, y trata de expresarse bajo la aspiración a una cierta coherencia vital tanto de la propia vida como de la relación con los demás (Silo, 2013). Esta idea surge de una visión de conjunto del recorrido que hemos realizado. Si lo miramos desde un plano general, muy desde arriba, observamos un creciente desacoplamiento del que hemos tomado tres muestras más o menos representativas. Parménides es fundamental porque inaugura la división ontológica esencia/existencia e instaura la premisa de lo que hemos llamado pensamiento estático. Maquiavelo representa la separación definitiva de las dimensiones cognitivas y las dimensiones axiológicas y la positivización de la amoralidad. Y, Kandinsky nos sirvió de ejemplo de una propuesta interesante que no encuentra salida por la absoluta polarización entre el mundo interior (psíquico, espiritual…) y el mundo exterior (lo físico, corpóreo…).
Hemos visto que siempre hay movimientos que tratan de contrarrestar dicho desacoplamiento con más o menos fortuna como en el caso de los precursores renacentistas y los filósofos de la sospecha. Hemos mencionado a pensadores y activistas que, a pesar de sus diferencias, tienen en común el propósito de realizar conectivas como antinomias que tratan de superar el desencuentro de posturas encontradas. Es previsible suponer que ha llegado el momento del pensamiento relacional porque la mirada estática, incapaz de hacer relaciones, no da para más. Nuestra tesis es que la acción coherente está vinculada al modo de hacer las cosas, a una poética cotidiana que tiene que ver con la acción estética que no se contrapone con la ética.
Sugerimos que el momento de proceso actual, aunque suene paradójico, está poniendo las condiciones para un cambio de mirada, una nueva imagen del ser humano que retome esa armonía pérdida desde el albor del mundo griego en la que se podrá postular un nuevo concepto de Belleza que no será estática (de corte mimético) sino relacional. Lo armónicamente bello se debe entramar en el juego del relativo acoplamiento y desacoplamiento de las categorías estéticas.
Un estilo de vida poético o una poética vital debe contar con un propósito que dé sentido a su acción para no derivar en un movimiento errático o superfluo. La mirada relacional puede ayudar a captar el tono del momento para que nuestro propósito confluya con el sentido de la historia. Esto puede sonar un poco rimbombante pero dicho de una manera más llana es tan simple como aspirar a vivir auténticamente, o lo que es lo mismo, a que la armonía de nuestros pensamientos en relación a nuestros afectos se expresen en nuestras acciones aludiendo a la máxima moral de tratar a los demás como quisiéramos ser tratados. Simple pero nada fácil.
Si esta tesis tuviera alguna validez, es de suponer que las disposiciones se irán enmarcando en ese parámetro conductual en la medida que decantan nuevos sistemas de valores y elaboran nuevas categorías cognitivas. Todo esto revertirá en repertorios que hagan efectivos nuevos modos de relación, nuevos modos de sentirse-en-el-mundo, en un contexto altamente conflictivo en el que, a diferencia otros renacimientos, se dirimirá el definitivo destino del planeta.
Bibliografía:
-
- Claramonte, J. La república de los fines. Cendeac, 2010
- Nazaretian, A. Futuro no-lineal. Ed. León Alado, Madrid, 2021
- Ortega y Gasset, J. Meditación de la técnica y otros ensayos, AE, Madrid, 1998
- San Martín, J. Antropología filosófica II, UNED, Madrid, 2015
- Silo. Apuntes de psicología. Ed. Ulrica, Rosario, 2006
Cartas a mis amigos. Sobre la crisis personal y social en el momento actual. Ed. León Alado, Madrid, 2013
Humanizar la Tierra, Ed. Leviatán, Buenos Aires, 2011 - Zambrano, M. Claros del bosque, AE, Madrid, 2019
Serie de artículos:
El «renacimiento» griego o el origen de nuestro sustrato cultural (I)
El poema de Parménides: el comienzo del pensamiento sustantivado (II)
El Helenismo: la configuración de las actitudes de decadencia (III)
El Renacimiento histórico: la conexión griega (IV)
El Renacimiento histórico: la nueva imagen del hombre y del mundo (V)
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