Es sabido que el mundo griego ha sido modulador y referencia cultural para toda la civilización occidental desde los romanos hasta nuestros días. No en vano re-actualizamos multitud de sus conceptos y de su terminología para afinar nuestras propias consideraciones teóricas. Estamos pues, ante un estrato cognitivo, base de nuestra cultura, en el que reconocemos una importante característica respecto a estratos históricos anteriores que es la emergencia del logos como razón, como discurso razonado.
Allá por el siglo VI a.C, en las costas de Jonia, se produce el primer brote filosófico. Hombres como Tales de Mileto al que se atribuyen múltiples actividades como ingeniero, astrónomo, financiero o político se ocuparon de explicar lo que hay, el kosmos, apoyándose en un principio o arkhé que se encontraba en la naturaleza y que podía develarse a partir de la propia observación y reflexión.
Hasta ese momento las explicaciones acerca del funcionamiento del mundo estaban puestas en lo sobrenatural, es decir, fenómenos de fuerza activa fuera de la comprensión del hombre y sobre los que no puede intervenir, al menos de una forma directa. Este pensamiento mitológico, encarnado en Homero y Hesíodo en esa época, daba cuenta del mundo a través de dioses, semidioses y héroes legendarios como Aquiles, Odiseo o Agamenón. El conocimiento provenía de las Musas. Dice Tatarkiewicz: «Solón escribió que debía a las musas su sabiduría, pues poner en el mismo plano la poesía y la sabiduría, el poeta y el sabio, era el mayor elogio que un griego podía tributar a los poetas y a la sabiduría» (W. Tatarkiewicz. Historia de la estética I. Madrid. Ed. Akal, p. 36)
Estamos hablando de un período que podríamos calificar cómo de tránsito, situado entre la edad oscura griega (1200-750 a.C.) y la edad clásica (500-323 a.C.), de, aproximadamente, dos siglos de duración. Esta época se ha denominado edad arcaica y, siguiendo con la analogía del estrato, la emergencia del logos se corresponderá con un complejo contexto de grandes cambios como la recuperación de la escritura, el desarrollo de la arquitectura, las artes decorativas, la estatuaria y las nuevas formas de organización política: la polis y la expansión por la cuenca del Mediterráneo… Todos estos elementos articulan una comunidad en torno a un conjunto de nuevas categorías, nuevos valores, nuevos estilos de vida, etc.
Durante la edad oscura, la caída de los centros de poder de la civilización micénica auspiciaron la entrada de los pueblos dorios del norte con todo su repertorio de costumbres y cultura a la vez que se desarticulaba el modo de producción agrícola con el consecuente empobrecimiento de las condiciones de vida. El estilo de vida se adaptó a unas circunstancias de pastoreo y trashumancia modificando las prácticas funerarias, interrumpiendo el comercio con Oriente, dispersando la población de las ciudades y dando lugar a una arquitectura efímera comparada con el periodo anterior. Es interesante observar la explicación mitológica que sitúa el comienzo de esta edad oscura en la Guerra de Troya contenida, en buena medida, en la Ilíada y la Odisea de Homero (Cf. Gómez Espelosín, F. Introducción a la Grecia Antigua. AE, Madrid, 1998)
La idea de tránsito entre épocas históricas puede parecer poco relevante, entre otras cosas, porque este tipo de situaciones no dejan demasiada huella en la historia debido a que sus protagonistas están demasiado ocupados en su dialéctica creativa contra lo viejo, contra lo tradicional que se resiste al cambio, frente a la pugna de lo nuevo que intenta plasmarse en el mundo. De este modo, cuando lo novedoso logra asentarse en la época clásica y se muestra en todo su aparente esplendor, eclipsa a la etapa anterior que aparece como previa o preparatoria del clímax cultural alcanzado. Todo período «clásico» es culmen de un proceso de asentamiento cultural que ya no tiene otra alternativa que su decantación hacia el declive. El clacisismo en el comienzo del fin de la decadencia.
En definitiva, la incipiente emergencia del logos se manifiesta en todos los campos del quehacer humano entroncándose, enredándose y enfrentándose a la visión de la cosmogonía, la religión y el mito y dando como resultado una nueva imagen del ser humano, un nuevo modo de pensar, de sentir y de actuar en el mundo, que no es moco de pavo. Veamos algunos ejemplos:
Los poetas:
«Los griegos evaluaban (…) la poesía desde un punto esencial para ellos: la verdad. (…) Los poetas arcaicos veían la fuente de la poesía en la inspiración divina, su fin en provocar la alegría y sembrar el encanto; su tema eran las vidas divinas y humanas» (W. Tatarkiewicz. Historia de la estética I. Madrid. Ed. Akal, p. 37). La poesía es punto de anclaje a partir del cual se desarrollarán e irán diferenciando la música y la danza. La poesía lírica aparece en las colonias jónicas y tiene un origen oral y popular. Los poetas arcaicos empiezan a introducir temas de la vida cotidiana como el amor, el odio, el paso del tiempo, la guerras, las festividades…
«En verdad hay muchas cosas maravillosas y algunas veces también adornando con abigarradas mentiras / la fama de los mortales por encima de la verdad / engañan por completo los mitos. / Pero la gracia, que todo lo dulce procura a los mortales, / aportando / honor, incluso lo increíble hace que sea creíble muchas veces.» Píndaro. Olympia I 28 (Bowra. Citado en Tartaikiewicz. Historia de la Estética, op. cit., p. 44).
En estos versos del poeta se puede apreciar ese juego que imbrica lo divino y lo humano desde una balbuceante reflexión racional. Estamos tratando de vislumbrar la emergencia del pensamiento razonado en la que, de buen comienzo, no podemos pretender que exista una conciencia de lo individual, como pensamiento autónomo (algo que surgirá en otro momento) pero sí entrever una suerte de arqueología de la individualidad. De este modo, tampoco podemos considerar a estos poetas como «autores» en el sentido que lo serían en la actualidad.
Los filósofos:
En los presocráticos encontramos los primeros barruntos de pensamiento filosófico. Parménides y Heráclito son los principales exponentes de este período. Heráclito afirmaba: «Este orden del mundo, el mismo para todos, no lo hizo dios ni hombre alguno, sino que fue siempre, es y será fuego siempre vivo, prendido según medida y apagado según medida.» Se trata de individuos muy potentes y de enorme influencia en su tiempo que intervenían en política y polemizaban con sus contemporáneos. Se considera a los pitagóricos los acuñadores del término «filosofía» y los primeros en desarrollar una escuela (palabra que, en griego, deriva de ocio) y un peculiar estilo de vida, con conexiones y ritos órficos, cuyo propósito era crear al perfecto ciudadano.
Los artesanos:
En este periodo no hay distinción entre artesano y artista. Lo que define su actividad es la tekné, un tipo de conocimiento específicamente humano que orienta una serie de recursos hacia la obtención de un fin. La poiesis (creación) está vinculada a la tekné, al oficio, podríamos decir, y se irá orientando hacia la mímesis o la capacidad de reflejar lo real de un modo perfecto. Aristóteles, en su Poética da esa definición al afirmar que el objeto de las artes es la imitación. En el periodo arcaico, mímesis designa las prácticas rituales de los sacerdotes, de sus gestos y movimientos. Hace, por tanto referencia a una experiencia interna, vivida, aplicable a la música, la danza o la poesía. También implementaron una arquitectura vinculada a los motivos religiosos y el culto, y una escultura antropomórfica.
La poiesis (creatividad) también se relaciona con la praxis (realización práctica), sin que exista todavía una diferenciación entre ciencia y desarrollo tecnológico, arte y artesanía, religión y filosofía, etc., sino que, más bien, en todo ese entramado, las fuerzas activas del kósmos se van antropomorfizando, de manera que los dioses se expresan por boca de los hombres pero con pulsiones cada vez más humanas. El uso de la primera persona del singular de los poetas no puede tener el contenido de subjetividad y profundidad que sobrevendrá más adelante y que todavía es, digamos, proto-subjetivo.
Los esclavos:
El modelo económico griego se sustentaba en la esclavitud. Es curioso observar cómo en algunos textos se considera este hecho como una especie de mancha negra en el expediente de la grandiosa cultura griega. En el paradigma económico griego ser esclavo era análogo (salvando las distancias) a ser trabajador hoy en día. La palabra «trabajo» procede etimológicamente de la latina tripalium que era la tortura a la que eran sometidos los esclavos desobedientes en la antigua Roma.
Los griegos llegaron a conocer el mecanismo de la máquina a vapor pero en el contexto de su sistema de producción no tenía ninguna funcionalidad. Herón desarrolló «incipientes motores primarios» como la Eolipila, «cuyo acoplamiento a mecanismos transformadores carecía de sentido» (Cf. Solís y Selles. Historia de la Ciencia. Ed. Espasa, Barcelona, 2018). Volviendo a la analogía: El paradigma económico actual se sustenta en el trabajo remunerado. Por eso, el concepto de distribución real de la riqueza (léase Renta Básica Universal e Incondicional) resbala por nuestras neuronas porque cuestiona una creencia básica que nos imposibilita pensar un mundo en el que el trabajo no sea una necesidad vital.
Los grupos sociales:
A los esclavos hay que añadir la clásica división entre ricos y pobres. Existen los ricos terratenientes de cuya clase provienen los arcontes o gobernantes, los comerciantes, los campesinos y los pobres libres. Hay una cierta movilidad entre grupos sociales. Por ejemplo, un pobre libre que no pudiera sufragar una deuda podía ser vendido como esclavo.
En términos generales, en la nueva imagen del ser humano que se está configurando, se observa la influencia del modelo épico heroico enfrascado en una trama trágica de confrontación que enaltece la nobleza, el sentido estético de la acción. Heracles es el arquetipo de héroe griego, En los 12 trabajos impuestos por la diosa Hera vemos a un héroe benefactor de la humanidad que compaginaba un comportamiento extremadamente generoso con acciones desenfrenadas y excesos de todo tipo. Este modelo de héroe ambivalente refleja el tipo de tensiones a las que estaba sometida una sociedad en constante conflicto.
Todo esto se corresponde con el ensalzamiento de la capacidad humana que se traduce en un significado de la individualidad que es tal en la medida en que se inserta en la comunidad y que, a la vez, decanta la separación entre la esfera público/privada. Podríamos hablar de un estilo de vida virtuoso, aristocrático y competitivo, en un sentido deportivo, si se quiere, y eso va ligado a la contrapartida del juego sucio y la esperanza compensatoria de una armonía imposible.
En relación al propósito o el ideal del hombre griego arcaico se puede decir que es la areté como la búsqueda de la excelencia. Este concepto tiene su origen en la nobleza, en las superiores aptitudes de dioses y héroes legendarios y se irá trasladando hacia la virtud, el honor personal y la paideia, el cultivo en los niños de las aptitudes necesarias para ser ciudadanos virtuosos y ocupar el lugar que les corresponde en la comunidad. «El concepto de arete es usado con frecuencia por Homero, así como en los siglos posteriores, en su más amplio sentido, no sólo para designar la excelencia humana, sino también la superioridad de seres no humanos, como la fuerza de los dioses o el valor y la rapidez de los caballos nobles.» (W. Jaeger. Paideia: los ideales de la cultura griega. FCE. México, 2001, p. 24)
La contrapartida del hombre culto es el bárbaro, el que no es griego y, por tanto no está cultivado, es inculto. El campesinado también encuentra su areté en el trabajo duro (heroico) propio de la lucha tenaz con la tierra y los elementos de la producción agrícola. «Los poseedores del poder y de la cultura son los nobles terratenientes. Pero los campesinos tienen, sin embargo, una considerable independencia espiritual y jurídica. No existe la servidumbre y nada indica ni remotamente que aquellos campesinos y pastores, que vivían del trabajo de sus manos, descendieran de una raza sometida en los tiempos de las grandes emigraciones, como ocurría acaso en los laconios» (W. Jaeger. Paideia, op. cit., p. 66)
La areté configura los propósitos que alimentan el estilo de vida de los griegos y el sistema de valores en la edad arcaica dando lugar a un paradigma ético fundamentado en la virtud que cohesiona lo individual con lo social de un modo muy orgánico. La excelencia se entiende como un principio de imitación, de aproximación a lo Perfecto, a lo Bello, a lo Bondadoso, a lo Bueno… De este modo, la Virtud, plantea un tipo de coherencia de principios, no de libertad, en la que la maldad o la injusticia son rupturas de la armonía en un mundo perfecto. La Naturaleza tiene un fin (una teleología) y el ser humano protagoniza su sentido en la medida que encaja en la función que le corresponde para lograr la eudaimonia, la felicidad de vivir conforme al logos que desentraña los misterios del funcionamiento del mundo.
Continuar en: El poema de Parménides: el comienzo del pensamiento sustantivado (II)
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