Husserl-Ortega-Silo

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En los artículos anteriores realizamos una introducción a la fenomenología de Husserl y al raciovitalismo de Ortega atendiendo a la efervescencia de una cierta concepción del ser humano relativa a la sensibilidad del mundo que se avecina. La fenomenología enfatizaba en la intencionalidad y el carácter activo de la conciencia humana y el raciovitalismo en su dimensión histórica y social. Ambas propuestas se sintetizan e integran en la teoría de la acción que presenta Silo. Recomendamos tener presente la lectura de los artículos mencionados para facilitar el hilo conductor con la propuesta del humanismo universalista.

 

Mario Luis Rodríguez Cobos, conocido bajo el seudónimo de Silo, nació en 1938 en un pueblo de la provincia de Mendoza, en Argentina. Fue buen estudiante y activista desde muy joven, y destacó en la práctica de la gimnasia artística en la que llegó a ser campeón regional. Viajó por Sudamérica y Europa y comenzó a formar, en el ámbito universitario, los primeros grupos de investigación en torno al problema de la crisis social y existencial de inicios de la década de los sesenta. Unos años más tarde se retiró a las montañas donde vivió, durante varios meses, en una ermita que él mismo construyó con el objeto de elaborar una síntesis de su pensamiento.

Estos iniciales grupos de estudio intentaron realizar una primera exposición pública de sus ideas pero la dictadura militar argentina lo prohibió. Finalmente, se logró un permiso para, literalmente, “hablarle a las piedras”: En 1969, en un paraje desolado, al pie del monte Aconcagua, en la frontera entre Argentina y Chile, Silo dio su primera alocución pública ante una audiencia de unas 200 personas rodeadas por militares y con la presencia de prensa internacional. Esta exposición, bajo la forma de arenga, es conocida como La curación del sufrimiento y, en un estilo figurado y poético se lanza un mensaje de no violencia y de sentido existencial.

A partir de aquí comenzará la persecución, la difamación y la tergiversación de sus ideas con prohibiciones de actos, detenidos, encarcelados y tiroteados en la calle. Los ataques se trasladarán también a los grupos de Chile lo que obligará a muchos seguidores de Silo a exiliarse a Norteamérica, Europa y el sudeste asiático dando lugar, de este modo, a la primera expansión internacional de su pensamiento.

Esta breve exposición de la condición de origen del humanismo universalista nos ayudará a entender el recorrido de las ideas, a lo largo del siglo XX, que mencionábamos en los artículos anteriores y que está relacionado con el aumento de la desestructuración y la pérdida de significado o vaciamiento institucional e ideológico, etcétera, subyacente a la instalación, en el seno de la sociedad, del modelo capitalista-consumista de corte paranoico-individualista. Si la fenomenología de Husserl, como indicaba Ortega, todavía mantenía una cierta fe en la racionalidad académica, el raciovitalismo será testigo de la caída de los grandes sistemas sociales, políticos e institucionales (incluidos el fracaso de las nacientes organizaciones internacionales como la Sociedad de las Naciones o lo que más tarde será la ONU) incapaces de resolver, siquiera, los problemas más básicos del ser humano. Una de las claves de los primeros estudios de Silo será que, en el contexto de mediados del siglo XX, no tenía sentido alguno un programa de acción en cualquiera de esos ámbitos.

En la línea de Ortega, el pensamiento de Silo se aboca al ser humano concreto desde una perspectiva existencial desarrollándose en la compleja arquitectura de sus quehaceres. Silo abarca la multiplicidad de ámbitos de la vida humana, desde la psicología hasta la mística, pasando por la historiología, la sociología, la política, la cultura, la antropología, etcétera, e inspira un movimiento social, el movimiento humanista, bajo la premisa del ser humano como tema y preocupación central. La aparente ambigüedad de su pensamiento ha dado lugar a no pocas críticas porque, desde la mirada estática, es imposible comprender que una misma concepción pueda expresarse desde múltiples perspectivas de manera que, con distintos lenguajes, en una diversidad de campos de cognición o praxis, siempre se está hablando de lo mismo. El pensamiento desestructurado estático confunde el ingrediente con la totalidad y se hace una confusión en la que proyecta sus propios fantasmas.

A partir de la observación existencial de que nacemos en un mundo no elegido y en una determinada situación ineludiblemente circunstancial en la que, lo primero que nos encontramos es con el propio cuerpo “como constituyente fundamental de mi existencia” y, además, como “fenómeno homogéneo con el mundo natural en el que actúa y sobre el cual actúa el mundo”, Silo sintetiza los conceptos de intencionalidad e historicidad en una definición del ser humano: “El hombre es el ser histórico, cuyo modo de acción social transforma a su propia naturaleza. Si admito lo anterior, habré de aceptar que ese ser puede transformar intencionalmente su constitución física.” La intencionalidad humana se aplica al propio cuerpo en dos sentidos. A nivel externo como ampliación de sus posibilidades físicas habilitándolo para desplazarse por medios marítimos o aéreos, utilizando instrumentos como “prótesis externas” para aumentar su fuerza de trabajo o la capacidad de sus sentidos, etcétera. A nivel interno: tratamientos médicos, sustitución de órganos, implantación de prótesis internas, fecundación in vitro, manipulación genética, etcétera. “Si con la idea de ‘naturaleza’ se ha querido señalar lo permanente, tal idea es hoy inadecuada aún si se la quiere aplicar a lo más objetal del ser humano es decir, a su cuerpo. Y en lo que hace a una ‘moral natural’, a un ‘derecho natural’, o a ‘instituciones naturales’ encontramos, opuestamente, que en ese campo todo es histórico-social y nada allí existe ‘por naturaleza’.”

Si Husserl describe la concepción activa de la conciencia y Ortega le da un sentido pleno poniéndola en función de la vida, Silo dará un paso más y, tras sintetizar ambas concepciones, tratará de explicar cómo se produce el conocimiento en una teoría general de la acción que indique, en última instancia, cómo es posible el devenir y la acción humana. Porque no es suficiente con demostrar que el ser humano es, esencialmente libre (intencional), y establecer las condiciones, los supuestos previos, para que un fenómeno cualquiera se dé. Necesitamos entender, en última instancia, cómo es posible que mis dedos tecleen palabras, que tú puedas leerlas, que podamos hacer el amor y no la guerra… porque sabemos que hay motivaciones, que hay valores, que hay un sistema de tensiones, de cargas y descargas que generan una dinámica pero ¿Cómo opera dicha dinámica? ¿Cómo puedo dirigir mi mano hacia el vaso de agua y llevarlo a mi boca? Y todo esto nos obliga a superar un par de inconvenientes.

El primero es el conocido que nos impulsa a desechar los racionamientos parciales para el ámbito de la vida. Por ejemplo, la neurofisiología podría explicar con todo lujo de detalles el proceso fisiológico de beber un vaso de agua pero es una respuesta externa, que no nos dice nada de nuestra subjetividad, de nuestra existencia y, ni mucho menos, sirve como teoría para comprender la evolución de los sistemas sociales. El segundo problema, en consecuencia con lo anterior, es la apariencia trascendental formulada por Eugen Fink, discípulo de Husserl, que plantea la dificultad inherente al discurso filosófico para reducirse a un lenguaje situado cultural e históricamente. De manera que la filosofía está obligada a realizar aproximaciones, elaborando nuevos conceptos que serán aceptados o no por el conjunto social. Su intención está puesta en la creación de una interpretación de la realidad acorde con el momento histórico, que permita dar certeza, sentido, a la vida humana pero nunca de forma definitiva y cerrada para siempre.

La teoría de la acción humana de Silo se fundamenta en la noción de imagen. Retomemos el problema epistemológico de la relación entre la Mente y el Cuerpo pero sabiendo que no se trata de dos elementos separados. Podríamos definir la Mente como el ámbito en que se constituye la estructura conciencia-mundo. Sabemos que la conciencia no es ingrediente aislado sino que necesariamente está ligada a objetos, es decir, es conciencia-de. Por lo tanto, la estructura conciencia-mundo no es otra cosa que un modo-de-estar-en-el-mundo (por ejemplo, aburrido, expectante o ilusionado) que condiciona nuestras actividades, nuestras emociones y nuestros pensamientos. En un estado de “conciencia en peligro”, por el tigre que se ha escapado de su jaula, no vamos a poder resolver un problema matemático y no solamente porque no sea nuestra prioridad en ese momento sino porque resolver un ejercicio de matemáticas implica un cierto compromiso intelectual del que tengo que tener registro. En este caso, la conciencia debe ser un determinado modo de estar relativo a esa actividad intelectual que es diametralmente opuesta al apremio de sortear la mordedura del felino.

Ahora bien ¿Cómo es posible que si nosotros vemos el tigre “afuera” podamos mover nuestro cuerpo desde esa perspectiva externa? O, inversamente, desde una perspectiva interna si es que lo vemos “adentro”. O peor aún ¿Qué pasa cuando nos quedamos paralizados frente al tigre? Lo mismo ocurre con el vaso de agua. Por mucho que imagine que lo agarro mi brazo no se va a movilizar. Pero además, puedo cerrar los ojos e, imaginando su ubicación, puedo tomarlo con gran precisión. En la dimensión en que estamos planeando, la “voluntad” de cogerlo no nos dice nada respecto al mecanismo de la acción (como tampoco lo hacía la fisiología). Lo mismo acontece con las emociones ¿Dónde se ubica mi regocijo ante un atardecer? Y podríamos seguir con los valores, las ideas y la multiplicidad de fenómenos que se nos ocurra.

En Psicología de la imagen Silo aborda el problema de la ubicación de los fenómenos en el espacio de representación. No nos llevemos a equívocos. Obviamente no existe ningún “contenedor mental” que alberga imágenes reflejadas como defienden algunas teorías de la representación. Por el contrario, Silo afirma que es el modo de representación el que se nos presenta de forma volumétrica y espacializada. Pensemos en la imposibilidad de representar un objeto transparente o un color. Siempre necesitaremos algún tipo de contorno, aunque sea muy sutil, “si no puedo representar el color sin extensión, la extensión de la representación denota también la ‘espacialidad’ en la que se emplaza el objeto representado. Es esta espacialidad la que nos interesa”. Imaginar un dolor de muelas, por ejemplo, es emplazarlo en un lugar preciso de la cavidad bucal.

Silo define la imagen como “un modo activo de estar la conciencia en el mundo” y no como meras copias de la realidad. Ahora bien, cuando hablamos de “imágenes” no nos referimos sólo a las visuales. Concediendo a la psicología tradicional una aproximación al tema, Silo distingue entre sensación, percepción e imagen. Grosso modo diremos que una percepción es una estructuración de estímulos que provienen de los sentidos (externos y/o internos) y una imagen es la estructuración que hace la conciencia de las percepciones en forma de re-presentación. De esta manera, podemos hablar de imágenes auditivas, como cuando escuchamos el canto de un jilguero, de imágenes táctiles, como cuando acariciamos a nuestra mascota, de imágenes cenestésicas (sensación intracorporal), como cuando sentimos alegría por el encuentro con un amigo, o imágenes kinestésicas (relativas al movimiento corporal), como cuando bajamos unas escaleras con cuidado para no caernos. No podemos entrar en la complejidad del mecanismo de elaboración de las imágenes que Silo desarrolla con detalle pero debemos destacar dos aspectos importantes a nuestros efectos y con nuestras palabras.

El primero hace a la dinámica del mismo, es decir, a los procesos de aprendizaje. La mayoría de especies tienen un “sistema de imágenes” muy simple que les permite nacer y ser plenamente activas o, requieren un periodo breve de preparación para alcanzar la plenitud. Sabemos que el sistema de imágenes del ser humano incluye una dimensión histórico-social (estrato social objetivado o cultural) de un alcance a años luz de nuestro pariente homínido más cercano. Pongamos el ejemplo de la elaboración de la imagen del yo, es decir, de la estructura de percepciones que efectúa la conciencia para elaborar el registro de uno mismo en continuidad en el tiempo. No nacemos con un YO bajo el brazo. Por el contrario, lo primero que estructuramos son vagas percepciones del entorno y del OTRO. O sea, antes que del YO tenemos conciencia del TÚ (generalmente por referencia de nuestros padres) y, paulatinamente, en tanto acumulamos un bagaje de discernimiento y un repertorio de imágenes grabadas en memoria (esto es, percepciones estructuradas en forma de re-presentaciones) vamos constituyendo una débil conciencia de nosotros mismos (de nuestro ego) que requerirá meses y años para configurarse plenamente en un proceso que nunca será completamente definitivo porque somos seres dinámicos e “inacabados”. De esta manera podemos afirmar que nuestra mirada, nuestra forma de percibir el mundo, es también “nuestra biografía en acción” en el sentido de que es resultado de todo lo que hemos aprendido por experiencia y de todas las codificaciones que hemos acumulado como significados de las cosas; desde el lenguaje hasta las pautas de conducta, pasando por la interiorización de las imágenes kinestésicas características del movimiento corporal como aprender a caminar, por ejemplo.

Y esto nos lleva a la segunda cuestión que es la relativa a la ubicación de las imágenes en el espacio de representación. Siguiendo a Silo, podemos considerar dicho espacio como la “escena” en la que se da la re-presentación en un continuum de imágenes cuya estructura se encuentra en la relación presencia-copresencia que describía Ortega. Por ejemplo, pongo en marcha el ordenador y copresentemente (activamente) cuento con que arranque con normalidad pero, de repente, aparece una pantalla azul que me hace reparar en esa copresencia como dificultad que debe ser atendida. Entonces buceo en búsqueda de posibles soluciones, merced a la acumulación de experiencias anteriores, en distintas “regiones” de la memoria hasta que traigo a presencia la imagen de mi amigo informático para pedirle ayuda. Todo este “automatismo”, en el sentido de puesta en marcha de imágenes previamente codificadas, estructura imágenes que se ubican en distintos emplazamientos dentro del espacio de representación en un horizonte que delimita la frontera entre lo interno y lo externo a dicho espacio y, de ese modo moviliza el cuerpo.

Pero el espacio de representación tiene distinta profundidad según el nivel de conciencia en que se encuentre. De esta manera, en vigilia, el horizonte viene determinado por los límites del cuerpo (particularmente la cara que concentra el mayor número de sentidos) de manera que las imágenes se disparan convenientemente según sea el interés de nuestra acción. Por ejemplo, si imaginamos coger el vaso dispararemos imágenes visuales en nuestra imaginación pero éstas, por sí solas, no moverán el brazo. Para ello tendremos que disparar imágenes kinéstésicas que movilizarán nuestra mano hacia un punto concreto del espacio guiado por la imágenes visuales.

Sin embargo, en el nivel de conciencia del sueño, el espacio de representación aumenta su volumen, como consecuencia de la “desconexión” de los sentidos externos y el aumento de actividad interna de la cenestesia (los sentidos internos), incluyendo al propio cuerpo en su interioridad, de manera que todas las imágenes que soñamos se disparan hacia el interior del propio espacio y por este motivo no movilizan físicamente al cuerpo salvo situaciones excepcionales como el sonambulismo o casos de estados alterados de conciencia que se caracterizan por la pérdida de referencia del horizonte entre el mundo interno y el mundo externo. En estos casos de ruptura de frontera del espacio, una persona despierta, en estado vigílico, proyecta como existiendo realmente imágenes propias de su imaginación, es decir, de su mundo interior. O, viceversa, introyecta imágenes externas, como las luces de un semáforo, que tienen un significado exclusivo para ellas, como una señal de vaya usted a saber dónde.

Esta situación de proyección/introyección de imágenes fuera de lugar (mal emplazadas en el espacio de representación) también se produce en la vida cotidiana que, como decía Ortega, se caracteriza por un modo de estar alterado, fuera de sí, con un bajo nivel atencional. Entonces, nuestro día a día está poblado de imágenes divagatorias, de ensoñaciones que nos distraen del presente, de malentendidos producidos por prejuicios, de temores y paranoias infundadas que sólo están en nuestra imaginación, etcétera. Finalmente, son comunes los errores de re-presentación como fallos en la ubicación de imágenes en el espacio de representación. Es el caso de nuestro amigo que se quedaba paralizado frente al tigre y cerraba los ojos como si eliminando el emplazamiento de la imagen visual se fuese a librar del mordisco del animal.

El siloismo, en consecuencia, hace una llamada a elevar el nivel atencional cotidiano para conciliar o integrar coherentemente la relación entre lo personal y lo social en una actitud que podríamos sintetizar con palabras de Silo de “converger en la diversidad”. El humanismo de Silo es universalista porque reconoce e integra los momentos humanistas que han existido en todas las culturas. De esta forma se rescata una característica actitud que permite establecer lazos de unión entre los distintos pueblos y culturas:

En lo referente a la actitud que menciono, y que es posición común de los humanistas de todas las culturas, debo destacar las siguientes características: 1. Ubicación del ser humano como valor y preocupación central; 2. Afirmación de la igualdad de todos los seres humanos; 3. Reconocimiento de la diversidad personal y cultural; 4. Tendencia al desarrollo del conocimiento por encima de lo aceptado como verdad absoluta; 5. Afirmación de la libertad de ideas y creencias; y, 6. Repudio a la violencia.

Estos seis puntos se concretan en una actitud personal empática que trata de ponerse en el punto de vista del otro en función de lo que es mejor para el otro. Todo lo contrario del clásico “yo de ti…” muy pariente del “¡te lo dije!” casos ambos en los que no se tiene en consideración la situación del otro y en los se anula su subjetividad imponiendo nuestro propio criterio (lo cual no deja de ser una forma de violencia). “Tú te alejas y yo me reconforto si es que contribuí a cortar tus cadenas, a superar tu dolor y sufrimiento” dice Silo en Acerca de lo humano enfatizando en esa idea de proceso, de liberación humana, que se traduce simultáneamente en el ámbito de lo personal y en el ámbito de lo social hasta donde alcance las posibilidades pero con las miras siempre puestas hacia un futuro de universalidad humana.

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