En este artículo intentaremos desentrañar el relativamente complejo concepto de “paradigma”. El filósofo de la ciencia Thomas S. Kuhn rescata la idea de paradigma para explicar la evolución científica en un contexto político y social. Así, por ejemplo, la adopción de la física propuesta por Einstein frente a la física de Newton responde a un cambio de paradigma que resuelve muchos problemas y brinda nuevas posibilidades acordes a las necesidades de una sociedad emergente.
En Ideas y creencias, Ortega lo explica magistralmente. Utilizando un término equivalente dirá: las ideas se tienen, en las creencias se está. Efectivamente, el paradigma es nuestra creencia inveterada, la estructura de nuestro psiquismo, nuestra incuestionable escala de valores, en definitiva nuestra forma de ver y sentir el mundo: todo aquéllo de lo que no nos hacemos cuestión porque, en verdad, nos constituye, en el sentido que “lo somos”. Pongamos un ejemplo: dos personas pueden tener posturas diametralmente opuestas. Tenemos a un socialista libertario de izquierda frente a un neoliberal ortodoxo. El primero reivindicará una sociedad equitativa mediante la redistribución de la riqueza y la abolición del Estado mientras el segundo defenderá a ultranza la propiedad privada y el sistema de mercado que lo regula todo sobre la base de la libre competencia.
Estas dos posturas, necesariamente en conflicto, se encontrarían en el campo de las “ideas” por las que se puede morir o matar pero comparten un mismo paradigma. ¡Ojo! No las estamos equiparando ¡Nosotros somos socialistas libertarios! Hay ideas elevadas, que suman a la evolución humana e ideas miserables que contribuyen al aumento de la inhumanidad, el dolor y el sufrimiento. Pero estamos hablando de otra cosa. El libertario y el neoliberal comparten un sustrato común, una concepción del ser humano, una serie de presupuestos por los que pueden entenderse y odiarse. No puede ser de otro modo, las corrientes anarquistas y el liberalismo surgieron en un determinado momento histórico, junto al marxismo y, posteriormente, al fascismo. Son distintas caras de un mismo paradigma. Insistimos en que no las estamos equiparando. Ojalá vivierámos en una sociedad anarcosocialista, pero incluso ésta se vería abocada a la transformación de su propio paradigma.
En resumen. Kuhn nos enseña que lo que revoluciona una sociedad es el cambio de paradigma. Y Ortega nos explica que se trata, en realidad, de una modificación del estado de nuestro espíritu (psiquismo), de todo aquello que no nos cuestionamos porque damos por “consabido”. Como que mañana será otro día.
La función del paradigma es sustentarnos. Otro término utilizado por Silo es el de “trasfondo psicosocial”. Todos tenemos un sistema de representaciones por el que nos movemos en el mundo. Hay infinitas pautas, códigos, maneras de hacer las cosas, consideraciones acerca de lo que está bien o mal, etc. Sin ese sistema de representaciones estaríamos perdidos. No podríamos ni abrir una puerta. La modificación del trasfondo psicosocial implica un cambio en el comportamiento.
En el plano individual es fácil de ver. Yo tengo una conducta determinada por mi propio sistema de representación. Según la imagen que tengo de mí mismo y del mundo así me comporto. Si siento (represento) que los demás se aprovechan de mí voy a tender a ser desconfiado. Si creo que el mundo es un lugar muy hostil voy a ser agresivo, por ejemplo. Mi sistema de representación puede cambiar. Bien por un trabajo de meditación profunda o por accidente. Es relativamente común que alguien toque fondo en una situación vital y tome la decisión de cambiar su vida. Se hizo consciente del fracaso de su anterior visión del mundo (sistema de representaciones) y tomó la valiente decisión de modificarlo.
Pero nuestro sistema de representaciones se inserta en el trasfondo psicosocial que funciona del mismo modo pero con mayor amplitud y profundidad. De este modo, el paradigma se va desgastando. Cada vez surgen más situaciones para las que las viejas creencias no dan respuestas adecuadas. Esto se observa claramente en las relaciones interpersonales como crisis en el modelo de familia, problemas de comunicación, cuestiones de género… Se observa también en la afrontación de la injusticia social: la justificación de la pobreza en un mundo de superabundancia, los sistemas de trabajo esclavistas en plena robótica y automatización…. Las consideraciones éticas en el avance de la ciencia: manipulación genética, creación de vida artificial… Ya son demasiados los problemas irresolubles bajo la perspectiva del actual paradigma que sólo genera discusiones bizantinas.
El origen de toda forma de violencia es el presupuesto de la materialidad del ser humano.Haz click para twittearPero este trasfondo psicosocial que nos sustenta se asienta, a su vez, en una concepción del ser humano que es la raíz de nuestra visión del mundo: es la cosificación. En el fondo creemos que somos cosas y nos comportamos en consecuencia. El origen de toda forma de violencia es el presupuesto de la materialidad del ser humano. Si una persona es considerada “objeto” entonces es tratada como tal por lo que puede resultar prescindible, manipulable, utilizable, aprovechable, reciclable… Cuando yo me comparo con otro, o siento celos, o me degrado es porque me estoy cosificando, tratando como una cosa. Cuando la sociedad permanece impasible mientras miles mueren en guerras absurdas es porque no se siente lo humano en el otro. (Por este motivo, la única moral válida es la que va más allá de esa mirada cosificadora y se traduce en la vieja enseñanza: tratar a los demás como quisiéramos ser tratados.)
En las encrucijadas de la historia es cuando se produce un cambio de paradigma. Nuestra época es tal cual, con dos características novedosas respecto a las anteriores: la aceleración del tempo histórico y la mundialización creciente. Por primera vez estamos en condiciones de vislumbrar el nacimiento de una civilización planetaria, ojalá, sustentada en un nuevo paradigma a la altura de los tiempos.
En estas crisis de cambios, condimentadas con una cierta desazón, se produce un fenómeno curioso. Empieza a aumentar el número de personas que nacen con un nuevo sistema de representaciones. Personas que vienen con un nuevo paradigma bajo el brazo. No hablamos de inadaptados, resentidos o antisistema… Estos forman parte del viejo paradigma. Nos referimos a personas que tienen una nueva sensibilidad, una forma distinta de ver el mundo, una facilidad para sentir lo humano del otro y una escala de valores donde vivir es lo más importante. Y, por cierto, un particular estilo de vida.
Lo llamativo de estos “nacidos en un nuevo mundo” es que pueden llevar una vida de lo más normal o ser un tanto peculiares pero sus motivaciones no se corresponden con lo comúnmente aceptado (en positivo y en negativo) y ésto los hace ser especiales. Se intuye que su sistema de representación, vagamente configurado, se corresponde con el mundo del futuro, con el hacia dónde vamos. Sin quererlo se convierten en referentes, en guías de los nuevos tiempos, y es importante que sean activos socialmente.
La desarticulación del viejo paradigma (también podríamos decir “Sistema”, en el entendido que se trata de un sistema mental) es un proceso mecánico pero la modificación del trasfondo psicosocial precisa de un trabajo intencional. Requiere elaborar un nuevo sistema de representaciones, una nueva imagen del ser humano.
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