Hay dos formas de leer un libro. Podemos imbuirnos en la lectura, identificándonos con la historia, hasta alcanzar un dulce olvido de sí mismo. Opuestamente, el texto nos puede invitar a entablar un diálogo con el autor que nos obligue a reflexionar, a detener su lectura para introducirnos en nosotros mismos, para meditar, cotejar ideas, comprender lo que nos quiere decir…. Este tipo de escritos que requieren un esfuerzo al lector, que no puede olvidarse de sí, desatenderse, es propio de la filosofía.
Esto no significa que el texto filosófico deba ser difícil, farragoso. Ortega decía que la claridad es la cortesía del filósofo. El autor debe, a su vez, hacer el esfuerzo por hacerse entender. Pero, en verdad, nunca se puede comprender completamente un pensamiento ajeno porque, al final, hay una distancia infranqueable impuesta por el lenguaje que no puede decirlo todo.
A pesar de todo sucede que, con el paso del tiempo, las ideas de una época se ven desde una distancia, desde la perspectiva propia de una etapa superada. Acontece que, a posteriori, podemos comprender al autor mejor que él mismo porque podemos situar el contexto de su pensamiento. Podemos compararlo con sus adversarios y comprobar cómo ha evolucionado en sus continuadores.
Decir una “etapa superada” es mucho suponer, pues algunas páginas de este libro describen una rabiosa actualidad muy recomendable para entender el mundo en que vivimos. Pero sí podemos afirmar que, escrito en 1923, “El tema de nuestro tiempo” es un libro fundamental para comprender la gran preocupación de nuestro pensador. Su implacable lucha contra el Racionalismo, esa fe ciega en la razón, con todo lo “irracional” que conlleva, que hipostasiada en la ciencia, la tecnología, la política, etc. ha dado lugar a un mundo absolutista, violento e inhumano.
El mundo es un traje que le ha quedado chico al ser humano.Haz click para twittearOrtega denuncia la carencia de “espontaneidad vital”, eso que Nietszche ya había anunciado como “pleamar del nihilismo” o falta de sentido en la vida. Y nos anticipa la “crisis”, como la no correspondencia entre el “estado de espíritu” del ser humano y el mundo en que vive. Silo desarrolla esta idea como la “paradoja del sistema” en la que, la aceleración de acontecimientos se corresponde con un aumento del desfasaje entre el estado de la gente y el estado del mundo. De una manera muy llana dirá que el mundo es un traje que le ha quedado chico al ser humano.
Así continuará el siglo XX con una Segunda Guerra Mundial, genocidios, dictaduras, hambrunas, guerras y conflictos de todo tipo aún en los países del llamado “primer mundo”. El auge del neoliberalismo en sus últimas décadas y la imposición del “pensamiento único” que barre con la diversidad cultural implantando un modelo de vida alimentado por la “revolución digital” nos dejan en el siglo XXI con perspectivas poco halagüeñas.
Pero Ortega no está en contra de la razón y se defiende del puro vitalismo. El tema de nuestro tiempo requiere ubicar a la razón en el lugar que le corresponde. Todavía en nuestros días se piensa al ser humano en términos biológicos como si el cerebro, por ejemplo, fuese una compleja computadora. Se pretende reducir el comportamiento a un sistema de información que puede ser reproducido en un modelo de Inteligencia Artificial.
La razón es una herramienta que sirve a la vida. Nos permite manejarnos en el mundo. Sin razón no hay coherencia. Esto es el raciovitalismo que propone Ortega. Atribuir demasiada importancia a la razón, desatendiendo el afecto, la empatía, es irracional. Conduce a la lógica de la cosificación mercantilista. Conduce a la reducción del ser humano a mera estadística matemática. Un número sin identidad, sin dignidad, prescindible o no, en función de intereses “racionales” (económicos, demográficos, demoscópicos, etc.
El tema de nuestro tiempo tiene que ver con el rastreo de esa peculiar “sensibilidad” que define cada generación humana. Ortega afirma que cada generación tiene su “misión” (su tema correspondiente): ser coherente con su propia sensibilidad. Esto, lamentablemente, no siempre ocurre. Y añade que nuestra época (¡1923!) está teñida por lo que llama “el alma desilusionada” propia de la etapa pre-religiosa o mística que sucede al fracaso del Racionalismo.
No es el caso describir el estado mental que corresponde al alma desilusionada, ni el desarrollo de una teoría espiral de la historia que responde a las diferentes etapas (modos de ser, estructuras mentales) por las que pasan los ciclos históricos completos, que, en nuestra opinión, son páginas de una lucidez inigualable.
Destacar, finalmente, que, en esta etapa pre-religiosa (ya acontecida en otros ciclos históricos) en la que cunde la superchería y de la que pocos cambios profundos se puede esperar, anida una nueva sensibilidad que se corresponde con el nuevo mundo que se avecina. Silo, en 1991, la define como una sensibilidad que capta el mundo como una globalidad y que advierte que las dificultades de las personas en cualquier lugar terminan implicando a otras aunque se encuentren a mucha distancia.
La nueva sensibilidad exhorta a “pensar globalmente actuando en el medio local”. Tiende a llevar una vida ordenada motivada por el progreso común y la oportunidad en las acciones y, además, aspira a tratar a los demás del modo en que se quisiera ser tratado ensalzando la dignidad inherente a todo ser humano por el simple hecho de estar vivo.
Aún tiene que seguir evolucionando el pensamiento de Ortega que, todavía en este libro, trata al racionalismo y su fruto, la cultura, desde un punto de vista un tanto objetivado así como profundizar en la relación del concepto de vida psíquica que se da en la vida biológica. Esto nos dará una mejor respuesta a la pregunta por aquello que define al ser humano y que debe ser desplegado para estar a la altura del tema de nuestro tiempo.
El tema de nuestro tiempo
En el Tema de nuestro Tiempo (1923) se ahonda y se aclara la metafísica de la “razón vital”.
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